La Academia es la antítesis del sectarismo. Se supone que en sus recintos habitan, estudian y reflexionan personas que anteponen el rigor intelectual a cualquier otro designio o tentación ideológica intransigente y sesgada. Los académicos de la Historia, sin embargo, han irrumpido en el agitado debate sobre nuestro pasado reciente pronunciándose de forma clamorosa a favor de los nostálgicos del fascismo español, especie que solo puede desenvolverse, proliferar e incluso triunfar en el panorama desolador de nuestra democracia que alberga en su seno a apologistas y hagiógrafos de un régimen y sus personajes que fueron y siguen siendo condenados por la comunidad internacional.
Un historiador debe respetar los hechos objetivos e irrefutables del pasado y del presente. Si no quiere respetarlos, por lo menos no debe ignorar su existencia. ¿Han tenido en cuenta los académicos de la Historia la condena del régimen de Franco por Naciones Unidas el 12 de diciembre de 1946? A la vista de lo sucedido conviene recordar sus términos: “Por su origen, naturaleza, estructura y comportamiento general, el régimen de Franco es un régimen fascista, organizado con la ayuda de la Alemania nazi de Hitler y de la Italia fascista de Mussolini e implantado, en gran parte merced a dicha ayuda”.
Guerra suicida
La Asamblea General, convencida de que el Gobierno fascista de Franco le fue impuesto por la fuerza al pueblo español y no le representa, le impide la entrada en Naciones Unidas y le recomienda que se comprometa a respetar la libertad de expresión, de religión y reunión, y a celebrar, cuanto antes, elecciones en las que el pueblo español pueda expresar su voluntad libremente.
Es seguro que los académicos no comparten estas declaraciones. En este caso, tienen el deber científico de refutarlas. No sé si les interesa la tarea o les resulta más cómodo alinearse con la paranoica “tesis” de que esta condena se debió a la tan manoseada conspiración judeo-masónica.
Es cierto que más adelante, el régimen fascista español fue admitido como miembro de Naciones Unidas, pero conviene recordarles que compartíamos asiento con el emperador Bokassa de la República Centroafricana. ¿Quizás para nuestros historiadores un padre amantísimo al que se acusó de antropofagia? También confraternizamos con todos los dictadores latinoamericanos, o ¿sería más correcto decir regímenes militares autoritarios de Chile y Argentina?
Es cierto que la primera democracia del mundo firmó un tratado militar con Franco para utilizar nuestro territorio como base logística en caso de confrontación con los regímenes comunistas. Incluso un presidente de Estados Unidos, el general Eisenhower, visitó a Franco, intercambiándose elogios y abrazos. Es de sobra conocido que la política de alianzas de Norteamérica no pedía certificados de buena conducta democrática. Su pragmatismo les llevaba a convivir con sus famosos “hijos de puta” como llamaron al dictador ¿autoritario? Somoza. Esta frase, digna de Groucho Marx, la pronunció el presidente Franklin Delano Roosevelt. Tampoco los norteamericanos tuvieron reparos en abrazar e incluso integrarse en una guerra suicida con el sátrapa (¿autoritario?) vietnamita, Go Din Diem.
Condenações à morte
Durante mi infancia y adolescencia en tierras de Castilla (Valladolid), conocí a alguno de los académicos que han elaborado este diccionario. El profesor Luis Suárez fue decano de Filosofía y Letras y rector de la Universidad. Reputado e indiscutido medievalista, cultiva y expresa una gran admiración por nuestra reina Isabel la Católica, hasta el punto de involucrarse en una comisión, promovida por el capellán de mi colegio, que desde los años cincuenta viene intentando infructuosamente que prospere el proceso de beatificación de la reina de Castilla. Esfuerzo inútil porque todo el mundo sabe que el lobby judío y el Gran Rabino, han advertido al Vaticano de su rechazo airado a tal decisión.
Comparto la frase del ministro Gabilondo que ha dicho que la política no controla las Academias. Solamente un matiz, hay posiciones que no se pueden compartir, como homologar una dictadura con una democracia, convirtiéndolas en un simple juego de palabras. Son como el agua y el aceite, nunca pueden fusionarse. Me molesta que este desaguisado se haya llevado adelante con dinero público pero, pensándolo bien, por qué escandalizarse a estas alturas.
Todo diccionario se compone de voces y palabras. Con el mismo propósito que nuestros académicos, me permito sugerir la siguiente voz:
“Autoritario: Dícese de un general que encabeza un golpe militar contra una democracia; que ordena, en bandos de guerra, el exterminio de los gobernantes y que, terminada la Guerra Civil, asesina con formas seudojurídicas a miles de personas y propicia la ejecución extrajudicial de más de 100.000 personas, desaparecidas en fosas clandestinas. Se predica también de la persona que condenó a miles de ciudadanos a penas de cárcel, previa tortura, por ejercitar los derechos de asociación política y sindical, reunión, manifestación y libre expresión de las ideas”.
Addenda: Para orientación de posibles historiadores desmemoriados, en septiembre de 1975, dos meses antes de morir, inició su despedida de este mundo con cinco condenas a muerte ejecutadas tras un consejo de guerra sumarísimo que provocó la repulsa internacional.