Monday, 23 de December de 2024 ISSN 1519-7670 - Ano 24 - nº 1319

Carles Esteban

‘Los errores en los medios de comunicación, por pequeños que sean, o que parezcan, a ojos de quienes los cometen, molestan sobremanera a los lectores. El constante flujo de correspondencia y llamadas telefónicas que recibe el Defensor del Lector demuestra que el nivel de exigencia es elevado, y que igual repulsa merece un simple fallo al teclear una palabra que un error conceptual, independientemente de la importancia objetiva del error.Ya veces, hasta un simple cambio de letras en una palabra puede dar lugar a resultados grotescos. Siempre he defendido la tesis de que errar es humano, pero que rectificar, reconocer el fallo y realizar un propósito sincero de enmienda refuerza la credibilidad del periódico, que a la postre es lo más importante para unos lectores que miran el diario con sutil pero implacable sentido crítico. Como verán en los casos que hoy expongo, que no tienen ningún nexo común ni la misma trascendencia, todos han merecido un toque de atención por parte de los lectores.

ESQUELA ERRÓNEA. El pasado día 10 de diciembre se produjo en nuestro diario un error tipográfico (que al final devino conceptual) que ha traído cola. No sólo por lo absurdo del error en sí, sino porque aparecía en dos esquelas en memoria del ilustre cirujano Carles Margarit, fallecido como consecuencia de un desafortunado accidente de montaña. Se señalaba en las dos esquelas que el doctor Margarit era ‘cap de secció y responsable del programa de Transplantament Apàtic de l’Hospital Universitari Vall Hebron’. El texto correcto debería haber dicho que era responsable del programa de ‘Transplantament Hepàtic’, pero por un cúmulo de fallos en la cadena de inclusión de la esquela en el periódico se publicó la versión incorrecta.

Buscando el origen del error, todo parece indicar que las dos esquelas fueron dictadas por teléfono al servicio especialmente habilitado para ese menester, y alguien transformó la palabra hepàtic –cuya primera sílaba en catalán central se pronuncia como una vocal átona (suena de forma parecida a la letra a del castellano)– en apàtic. Hasta aquí todo relativamente normal ya que ocurre a veces, especialmente en las esquelas que llegan a última hora. Lo que sucedió a continuación es lo excepcional: el texto erróneo fue enviado por fax a los servicios técnicos y se tranformó en un texto informático destinado a figurar en la edición en el periódico, pero manteniendo la errata. En un control posterior fue detectada y rectificada, aunque según las explicaciones ofrecidas por los responsables del área técnica, la corrección efectuada no quedó registrada en el tratamiento informático del texto y las dos esquelas fueron incluidas en la página sin que ninguno de los controles finales detectara el desaguisado. Y las dos esquelas salieron publicadas.

En la edición del día siguiente, en las numerosísimas esquelas que siguieron publicándose en memoria del gran impulsor del programa de transplante hepático en Catalunya ya no se repitió el error, afortunadamente. Es un fallo que La Vanguardia lamenta profundamente y que nos lleva a pedir disculpas a la familia del fallecido, a sus colegas de especialidad y a todos los lectores en general. El caso ha generado numerosas llamadas telefónicas y mensajes electrónicos de lectores que manifestaban sus quejas y protestas. Es de esperar que tan lamentable error sirva para que se redoble la atención en el seguimiento de estos textos, que no elabora la Redacción pero que aparecen en una sección de gran relieve social y emocional como es la reservada a las esquelas.

MUJERES EN EL PODER. Este caso no se trata estrictamente de un error, sino de una omisión. La lectora Nuria Bombardó Codina escribe al defensor a propósito de un reportaje con motivo de la llegada a la cancillería alemana de la dirigente democristiana Angela Merkel. El texto iba acompañado por una cronología donde se enumeraba a las mujeres que habían accedido al poder. Pero no a todas. Dice la lectora que ‘en dicho reportaje faltaba Vigdis Finnbogadottir, que fue una estadista islandesa que logró llegar al poder en 1980 y resultó elegida apoyada por la izquierda moderada. Fue la primera mujer que alcanzó la jefatura del Estado en una democracia parlamentaria. Tampoco se mencionó a la pakistaní Benazir Bhutto, que también marcó un hito dentro del mundo islámico (ocupó por dos veces, en 1988 y en 1993, el cargo de primera ministra de su país). Me gustaría que en un futuro reportaje sobre las mujeres al poder, éste fuera más amplio ya que espero que en los años venideros haya más mujeres ocupando dichos puestos’.

El redactor jefe de la sección de Internacional, Joaquín Luna, argumenta que ‘toda selección por razones de espacio es arbitraria. Si hubiéramos hecho una lista exhaustiva, el espacio para hablar de cada una de ellas habría sido telegráfico, de ahí que optáramos por una selección natural aun a riesgo de dejarnos a personajes importantes. La amplitud del reportaje fue de dos páginas con escasa publicidad, y apareció en la edición del domingo, un espacio ciertamente lujoso. No cabe duda de que las dos ausencias referidas por la lectora eran relevantes, aunque –y ésta es una opinión muy personal– el balance de Benazir Bhutto no ha quedado precisamente en Pakistán como ejemplo de una gran y honesta gestión’.

ILUMINACIÓN NOCTURNA. En la sección Vivir se publicó el pasado 12 de diciembre un reportaje sobre la decisión del Ayuntamiento de Barcelona de imponer restricciones y limitaciones a la iluminación nocturna de los grandes anuncios, los paneles publicitarios y los escaparates comerciales con la finalidad de ahorrar energía. En dicho texto, firmado por Lluís Sierra, se señalaba que el Ayuntamiento, en cumplimiento de la ley de Ordenació Ambiental de l’Enllumenat de 2001, obligaría a apagar los grandes anuncios luminosos de las azoteas ‘a partir de las 22 horas UTC (tiempo universal coordinado) y hasta la salida del sol’ y añadía que ‘las 22 horas UTC corresponden a las 22 horas convencionales (del horario de invierno) y a las 23 horas (del horario de verano)’. El lector José Climent escribe a propósito de esta información y señala que la conversión ofrecida del horario UTC al horario convencional ‘es un error’. Y precisa: ‘las 22 horas UTC en invierno son las 23 horas convencionales (mejor hubiera sido decir civiles) y en verano las 24 horas’. Y sugiere la consulta a un astrónomo para corroborarlo. No ha hecho falta ningún dictamen científico, ya que el autor del trabajo periodístico reconoce que en la información se equivocó al realizar la conversión del horario UTC a la hora civil vigente en nuestro país y que el lector ‘tiene toda la razón del mundo’. Queda aclarado, aunque no hubiera hecho ningún daño haber publicado la oportuna fe de errores.’