Friday, 22 de November de 2024 ISSN 1519-7670 - Ano 24 - nº 1315

Milagros Pérez Oliva

En el artículo Ministrables sin cartera, publicado el pasado lunes, se describía la trayectoria de 11 políticos que podrían ocupar una cartera en el próximo Gobierno de Mariano Rajoy. El texto ha provocado quejas, ‘no por el interesantísimo contenido de los perfiles’, en palabras de Germán Castañeda Elena, ‘sino por el perverso enfoque de género que, probablemente de forma inconsciente, han hecho tanto los redactores de esa información, como los responsables de supervisarla’. La razón es que ‘en todos los perfiles sobre las mujeres se deja bien claro si están casadas, divorciadas, si son madres solteras y cuántos hijos tienen’, detalles que no se explican de ninguno de los siete hombres retratados.

De Soraya Sáenz de Santamaría se dice que ‘acababa de ser madre’ y que es ‘una mujer que se casó por lo civil en Brasil’; de Dolores de Cospedal, que ‘decidió, ya con una carrera política más que incipiente, ser madre en la cuarentena por fecundación in vitro cuando aún era soltera’ y también que ha aparecido ‘llena de perlas en la procesión del Corpus Christi’; de Ana Pastor, que está ‘casada y sin hijos’ y de Ana Matos, que ‘tiene tres hijos’. Ningún dato sobre el estado civil de los ministrables, ni de si tienen hijos y cómo los han tenido. Y por supuesto, ninguna mención al atuendo de Federico Trillo en las procesiones de la cofradía de Nuestro Padre Jesús Nazareno, en las que suele participar. ‘Sinceramente’, escribe Pablo Arce García, de Valencia, ‘no pienso que tenga que ver con que los 11 periodistas que firman el artículo sean varones. Pero, si esa información puede ser interesante para saber quiénes son estas mujeres, ¿por qué lo ha de ser menos en el caso de los varones? Y en caso de que consideremos que pertenece a la esfera privada, ¿por qué pasa a tener relevancia en el caso de las mujeres?’.

Interesantes preguntas para las que Javier Casqueiro, redactor jefe de Política y autor del perfil de Dolores de Cospedal, tiene esta sincera respuesta: ‘Yo sí creo que determinados aspectos de la vida privada de los candidatos a formar parte de un Gobierno son de interés público. La maternidad por fecundación in vitro de Cospedal fue en su momento noticia. Lo que no sé es por qué en este caso quienes hicieron los perfiles de los hombres no consideraron oportuno incluir también este tipo de datos personales’.’No existe un criterio preestablecido. En este caso, se encargó el perfil de cada ministrable a la persona que mejor podía hacerlo, y cada periodista aplicó su propio criterio’, explica Casqueiro. Estoy de acuerdo en que ciertos aspectos de la vida privada de quienes se dedican a la política son de interés público. Lo curioso, en este caso, es que se aplique solo a las ministrables. No se trata de un caso aislado. Es algo que sucede con relativa frecuencia y cada vez que ocurre recibo cartas de queja.

Cuando en octubre de 2010 se presentó el último Gobierno de Rodríguez Zapatero, el cronista consideró oportuno decir que las ministras Leire Pajín y Trinidad Jiménez iban ‘de negro y beis’ y que Rosa Aguilar llevaba una ‘chaqueta roja’, pero nada se decía del atuendo de los ministros ni sobre la bonita y llamativa corbata rosa que lucía Ramón Jáuregui. Si las corbatas de los ministros no son relevantes, las chaquetas de las ministras tampoco. La crónica de la visita del príncipe Carlos de Inglaterra y su esposa en marzo pasado incluía esta frase: ‘Tanto Carlos como Camila se han mostrado muy sonrientes al encontrarse con don Felipe y doña Leticia. Las damas han lucido conjuntos primaverales, la princesa en tonos grises y la duquesa en beis’. ‘¿Y los caballeros? ¿Acaso no iban vestidos?’, inquirió entonces Marta Palacio.

Aunque pueda parecer un asunto menor, no lo es. Revela que los estereotipos sexistas impregnan el relato periodístico con mucha más frecuencia y profundidad de lo que parece, incluso en un diario con una línea editorial comprometida con la igualdad de las mujeres como este. ‘Que un periódico como EL PAÍS considere adecuado publicar algo así, probablemente obedece solo a ese machismo deglutido, implícito, incorporado ya al ADN, que es, precisamente, el más difícil de erradicar y el más dañino’, apunta Germán Castañeda.

Estoy de acuerdo. Porque una cosa es adoptar el discurso de la igualdad y otra llevarlo a la práctica. Y no es un asunto meramente formal. Los mismos mecanismos subliminales operan también a la hora de decidir los contenidos y, lo que es más importante, a quién se concede protagonismo y autoridad en el relato informativo. El Proyecto de Monitoreo Global de Medios se ocupa de medir, desde 1995, la presencia de las mujeres en los medios de comunicación de más de cien países. Cada cinco años, un día determinado, los equipos que realizan esta investigación en cada país analizan una muestra de noticias aparecidas en distintos medios. En el caso de España, 315 informaciones de cinco periódicos, entre ellos EL PAÍS, cinco informativos de televisión y cuatro de radio.

Apuntaré solo algunos de los datos más relevantes del último informe, publicado en 2010. De entre las 570 personas que se citan en las informaciones analizadas, solo el 23% son mujeres. La presencia de hombres es abrumadora en secciones de poder como Política y Economía, y mientras que a los hombres se les identifica más por su cargo o profesión, las mujeres aparecen con más frecuencia como receptoras o víctimas que como protagonistas de algo. Y en el 17% de las informaciones sobre mujeres se dan datos de parentesco o situación familiar, mientras que esta información solo se da del 5% de los hombres sobre los que se informa.

La desigualdad no se limita a la escasa presencia de mujeres como sujetos o protagonistas de la información. Hay otra invisibilidad, más insidiosa, que influye en la naturaleza del relato que los medios hacen de la realidad: su escasísima presencia como fuente informativa. La fuente goza de una especial relevancia, ya que, o bien representa una posición de poder, en sentido político o económico, o una posición de autoridad, en el sentido etimológico de la palabra, es decir, alguien a quien se le reconoce la autorictas, la voz experta. Pues bien, en la citada muestra, el 91% de las voces expertas que aparecen son de hombres. ¿Creen los directores de los medios y los periodistas que solo hay un 9% de mujeres entre las voces expertas en este país? He preguntado a la coordinadora del estudio en España, Elvira Altés, profesora de Comunicación de la Universidad Autónoma de Barcelona, sobre la posición que ocupa EL PAÍS en esa estadística. ‘Está por debajo de la media’, responde. ‘En la muestra analizada, que incluye todas las noticias de portada de ese día y todas las que abren las diferentes secciones, aparecen 46 personas, de las que solo cinco son mujeres’.

El Colegio de Periodistas de Cataluña, el Consejo Audiovisual y el Instituto de la Mujer de Cataluña presentaron en septiembre el manual periodístico Género y medios de comunicación destinado a promover la reflexión crítica sobre ‘los prejuicios de género que perviven en nuestra sociedad, penetran en los mecanismos de trabajo y acaban reflejándose en el relato informativo’. El manual contiene abundantes ejemplos y materiales para cambiar las rutinas. Invito a los periodistas de EL PAÍS a revisar su práctica profesional con relación a esta cuestión. ¿Son justos a la hora de atribuir protagonismos y elegir las fuentes? Solo la revisión crítica del propio trabajo permitirá romper la inercia que perpetúa la desigualdad y los estereotipos sexistas.”