Friday, 22 de November de 2024 ISSN 1519-7670 - Ano 24 - nº 1315

Milagros Pérez Oliva

‘En el ejercicio del periodismo se plantea con frecuencia un problema de límites, especialmente en el gráfico. ¿Hasta dónde es lícito llegar en la función de ‘mostrar’ la realidad? ¿Cuándo una imagen está justificada y cuándo traspasa la raya del amarillismo, el morbo o el sensacionalismo? Los dos ámbitos en los que la cuestión de los límites se plantea con mayor frecuencia, la violencia y el sexo, son precisamente aquellos en los que es más difícil establecerlos, pues tienen que ver con la sensibilidad, y ésta no sólo es enormemente variada, sino que está en permanente evolución. Los límites se mueven.

EL PAÍS publicó el 1 de septiembre un extenso reportaje titulado Sexo de pago al aire libre y en pleno centro de Barcelona cuyas imágenes han provocado una considerable polémica. Lo encabezaba una gran fotografía a cinco columnas en la que una prostituta era penetrada por un cliente y otra le estaba practicando a otro una felación. En la edición catalana, el reportaje ocupaba tres páginas y contenía varias fotos más de sexo explícito que no aparecían en las otras ediciones, aunque sí en la galería de fotos de la edición digital. Las imágenes, del fotógrafo Edu Bayer, impactaban sobre todo por su crudeza: sexo sórdido a la vista de todos, junto al mercado de la Boqueria. Con la publicación de estas fotografías, ¿ha movido el diario los límites que venía observando en relación a la publicación de imágenes sexuales? Evidentemente, sí. De hecho, es la primera vez que se publican unas fotografías de esa naturaleza. La fotografía más explícita del acto sexual que he encontrado en la hemeroteca se había publicado en mayo de 2004 para ilustrar un reportaje en Tentaciones sobre la estrella de cine pornográfico John Colmes, Mister 35 centímetros; pero en comparación con éstas, aquélla era una imagen edulcorada, en la que los genitales y los pechos de los actores aparecían cubiertos con púdicas estrellitas. La raya se ha movido y eso ha provocado quejas y división de opiniones en la redacción. Está claro que imágenes como éstas no existían hace unos años, o al menos no eran tan visibles. El fenómeno de la prostitución no sólo se está extendiendo y agudizando de forma alarmante, sino que cada vez adquiere mayores cotas de sordidez y explotación de las mujeres.

Eso es lo que pretendía denunciar el reportaje. Numerosos medios de comunicación, incluido EL PAÍS, habían tratado la intolerable degradación del centro de Barcelona, pero ninguno había tenido la más mínima incidencia en las instituciones. Hasta que se publicaron esas fotos. Lo cual indica que hay cosas que, para que la gente se las crea y las autoridades reaccionen, no basta con contarlas. Hay que enseñarlas.Pero hay muchas formas de mostrar. ¿Era necesario que las imágenes fueran tan explícitas? Y si lo que se pretendía era ‘mostrar’ para denunciar, ¿hacía falta tanto despliegue o con una buena foto hubiera sido suficiente? Es cierto que han quedado sin publicar algunas aún más explícitas y más sórdidas. Pero ése es un argumento falaz: cuando en periodismo se sobrepasa un límite, quienes lo hacen suelen argumentar que hubiera podido ser peor. Desde luego. Siempre se puede ir más allá.

Como ya intuían los responsables del diario, la publicación de las fotos ha provocado cartas al director y quejas ante la defensora. No cuestionan la necesidad de la denuncia. Cuestionan las imágenes. Algunos lectores las consideran gratuitas y obscenas, impropias de un diario familiar que puede ser visto por menores. Éste es el argumento en el que inciden Hortensia Aguado, Juan Manuel del Prado, Angélica Pérez y Carolina E. García Ruiz. Otros, como Jaume Berengué o Núria Mayoral, consideran que su publicación es una concesión al amarillismo. ‘No, no va bien la cosa en su periódico cuando publican (…) esas fotos. Lo siento, pero ése no es mi periódico. Si quiero porquería y amarillismo ya tengo otras opciones, pero como no la quiero, me niego a ser cliente de ese tipo de prensa’, escribe el abogado Félix Jurado Escobar. Por su parte, María de la Figuera, catedrática de Lengua y Literatura, se declara escandalizada: ‘¿No tenían ustedes un Libro de Estilo? Si lo han perdido, en mi mesa de trabajo tengo uno que utilizo para dar clases a mis alumnos’. Efectivamente, el Libro de Estilo habla de las fotos, pero no es de mucha ayuda. Su artículo 5.4 dice: ‘Las fotografías con imágenes desagradables sólo se publicarán cuando añadan información’. Pero, ¿qué es desagradable? ¿Qué añade información? De nuevo, como ven, estamos ante la dificultad de situar el límite.

El valor informativo de las fotografías fue lo que decantó la decisión de publicarlas, precisa el director de la edición de Cataluña, Enric Hernàndez. ‘Entiendo la desazón que pueden haber sentido muchos lectores al contemplarlas; nosotros también la sentimos cuando llegaron a la redacción. Discrepo, sin embargo, de quienes dicen que se vulnera el Libro de Estilo. No es en absoluto común que en el centro de una ciudad se practique el sexo remunerado en plena calle; eso convertía las fotos en noticia. La oposición municipal y los vecinos del Raval venían denunciando estos hechos, pero las autoridades locales los relativizaban o los negaban. La publicación de las fotos ha demostrado que las denuncias eran ciertas y ha obligado a tomar medidas inmediatas y a debatir otras de más alcance’. Respecto a la cuestión de los menores, responde: ‘Aunque EL PAÍS no es un producto pensado para los niños, ésa fue una de las razones por las que publicamos en portada la imagen menos explícita, para que los padres pudieran decidir si sus hijos debían verlas o no. De todos modos, lo que ocurría en la Boqueria estaba a vista de todos, incluidos los adolescentes’.

Qué puede escandalizar hoy a un adolescente es otra cuestión en la que los límites se mueven con rapidez, habida cuenta de la facilidad con la que pueden acceder a la pornografía. Pero una cosa es salir a buscar imágenes de sexo y otra encontrárselas en el diario donde, en principio, no se las esperan. Muchos lectores podrán estar de acuerdo, sobre todo después de ver los efectos, en que la publicación de las fotografías pudo estar justificada. Lo que puede haber contribuido a dar la sensación de que se hacía una concesión al sensacionalismo es la reiteración del primer día. Es de subrayar que en los días sucesivos no se han vuelto a publicar fotos de sexo explícito, pese a que el tema ha sido objeto de un extenso seguimiento, lo cual da credibilidad al argumento de que el propósito era denunciar una situación.

Algunos lectores extienden la crítica al tratamiento del problema, que Encarna Carmona resume así: ‘Esconder lo que no queremos ver’. Lo que le preocupa a Amanda Alexanian ‘no es la publicación de explícitas prácticas sexuales, sino la total indiferencia hacia la dignidad y la integridad de las mujeres que en ella aparecen. (…) Se ha elegido tratar el tema como una cuestión de degradación de la imagen de la ciudad, de indecencia pública, alentando soluciones policiales de limpieza’, lo que, en su opinión, distorsiona el problema y contribuye a la persecución de las víctimas, las mujeres forzadas a prostituirse. En ello insisten otros lectores como Eduardo Mandarás y María Jesús Montesino y varias cartas remitidas desde América Latina, como las firmadas por las periodistas Adriana Mújica, Angélica Herrera, Karmen Freixa o Mónica Molina.

La mayoría de estos lectores no ha tenido acceso a todo lo publicado por EL PAÍS. La edición catalana ha publicado hasta el sábado un total de 11 páginas, que abordan todos los aspectos del problema, incluidos los que echan en falta estas lectoras. Lamentablemente, esta información no se ha recogido en otras ediciones y no ha sido tampoco visible para los lectores de la edición digital, dado el largo vericueto que hay que seguir para llegar a los cuadernillos de las ediciones.’