‘Que una persona inocente y agredida por los medios de comunicación hasta límites intolerables tenga que dejar Tenerife para eludir la presión que los medios de comunicación siguen ejerciendo en la puerta de su casa debería hacernos reflexionar sobre los límites de nuestra profesión. Ni siquiera cuando ya ha quedado claro que es inocente, el ensañamiento mediático ha cesado. Una cadena de errores médicos y policiales llevó a la detención de este joven, acusado de la muerte de una niña de tres años, hija de su compañera sentimental. El acusado pudo ser fotografiado durante la detención y un primer plano de la fotografía tomada por la agencia Efe fue reproducida en casi todos los diarios, e incluso uno de ellos, que habitualmente no lleva los sucesos a su portada, la reprodujo en primera página con esta leyenda: ‘La mirada del asesino de una niña de tres años’. La presunción de inocencia hecha añicos. Los medios ya le habían condenado. Muchos telespectadores pudieron ver también en televisión imágenes en las que reporteros ávidos de escenas impactantes jaleaban al público. ¿Qué tipo de periodismo es ése?
Los medios han entonado un mea culpa colectivo y las asociaciones de la prensa y colegios profesionales han insistido en la necesidad de adoptar códigos y normas de autorregulación. Una sana autocrítica…, hasta que surja un nuevo caso y de nuevo vuelvan a caer en los mismos excesos. De hecho, no hacía tanto del anterior mea culpa, a propósito del tratamiento de la desaparición de la adolescente sevillana Marta del Castillo, en enero pasado.
En muy poco tiempo los medios de comunicación han sido objeto de duras críticas en varias ocasiones y por asuntos muy diversos. La cobertura exagerada y alarmista de la gripe nueva y el seguimiento del secuestro del Alakrana son los más recientes. En todos estos casos, las críticas inciden en lo mismo: en la tendencia hacia el amarillismo y la exageración.
Desde la perspectiva de un diario de referencia como EL PAÍS, que considera el rigor y la seriedad sus principales señas de identidad, lo ocurrido plantea una reflexión de carácter general: ¿le afecta este ecosistema mediático cada vez más escorado hacia un tratamiento sensacionalista de la realidad? ¿De qué manera?
Por la correspondencia que he recibido a propósito de este caso, creo que sí. Nos afecta, en primer lugar, porque si se produce una erosión en la credibilidad de los medios en su conjunto, también se reduce la confianza en cada una de las partes que lo forman. Si crece la suspicacia respecto a lo que cuentan los medios, todos acabarán afectados, de un modo u otro, por la falta de confianza general. Incluso cuando, como ha ocurrido en este caso, la cobertura haya sido correcta. Creo que el diario EL PAÍS ha dado a este suceso un tratamiento ajustado y riguroso. En la primera crónica, el titular eradescriptivo y comedido: ‘Muere una niña de tres años con signos de maltrato’. En el texto se indicaba que existía un informe médico sobre presuntos abusos y malos tratos, pero también que había dudas, pues otro informe descartaba tales lesiones. El corresponsal Juan Manuel Pardellas hacía un relato objetivo de lo ocurrido, incluidas las incertidumbres que el caso todavía presentaba.
Posteriormente, EL PAÍS publicó la noticia de la puesta en libertad del acusado, un extenso informe en la sección Vida y Artes sobre el injusto acoso mediático del que había sido sido víctima y un editorial muy crítico con el comportamiento de los medios. Y si bien es cierto que el primer día publicó la fotografía de Efe, con un primer plano en la portada del segundo bloque del diario, en días posteriores evitó reproducir esa imagen para no contribuir al ensañamiento. Los lectores que comparen varios medios podrán observar la diferencia.
Pero no todos lo hacen, y si el balance global es muy negativo, crece el desasosiego entre los lectores, como he podido comprobar en las cartas recibidas.
‘El veneno que recibimos los lectores es casi mortal’, dice Milton Ortiz, desde Houston (Tejas), comentando el editorial que se publicó el miércoles con el título Culpable inocente. ‘La competencia entre los medios por generar oferta se parece, cada día más, a los productos que vienen de Asia noroccidental, baratos pero malos. La necesidad de atrapar audiencia desvirtúa el buen hacer’, escribe. En aras a esa competencia, sostiene, algunos medios distorsionan, exageran y mienten si es preciso. Y por supuesto enjuician y condenan, añade. ‘El editorial de hoy sobre el tema es cierto, pero no cabe olvidar que su periódico estuvo en la ruleta’.
A ello se refiere también Amando Vega: ‘Leo el interesante editorial de hoy, donde se reconocen también fallos en la profesión periodística, que, tan crítica con quienes desempeñan otras actividades con repercusión pública, tiene en este desdichado episodio una muestra del desastre a que puede conducir la ligereza a la hora de medir las consecuencias de lo que se dice o escribe’. El lector está de acuerdo con el editorial, pero subraya que después de la puesta en libertad, y mientras hacían autocrítica, los medios seguía el acoso. ‘¿Hasta dónde llega su coherencia?’, pregunta; ‘creo que el negocio mediático se alimenta también de la propia basura que genera, adornado con su compromiso con la información objetiva y la defensa de los derechos de las personas. Como dice Mario Benedetti, todo cabe bajo la ética de amplio espectro’.
Una lectora, Beatriz López Fernández, médico de familia, se anticipa y nos escribe para pedir que no caigamos ahora en un nuevo linchamiento mediático, el de los médicos que han intervenido en el caso. ‘En ocasiones’, escribe Antonio María Infante, de Madrid, ‘me he preguntado cuál debería ser el mejor procedimiento de control ante el abuso, o parcialidad, de los medios de comunicación. Alguna vez me ha pasado por la imaginación la promoción de asociaciones de lectores, o de televidentes. Una buena alternativa es la autorregulación. Pero, sobre todo en el caso de la televisión, está claro que no siempre funciona. Tal vez sería necesaria la promoción de esas asociaciones de consumidores… Pero para ello sería necesaria una sociedad civil mucho más activa’. A este lector le preocupa ‘lo fácil que resulta (…) que los medios actúen como vanguardia de linchamientos. Desde mi punto de vista, y reiterando que creo que no se trata de un pecado habitual de EL PAÍS, está claro que la prensa más profesional debe huir de ese papel’.
La facilidad con la que el conjunto de los medios cae una y otra vez en exageraciones por las que luego tiene que pedir disculpas plantea la necesidad de encontrar mecanismos que eviten la repetición de los mismos defectos. Está claro que si se extiende la idea de que ‘todos son igual’, todos perdemos. Es lo que podríamos denominar el efecto villano. Un descrédito general que merma la confianza. La industria farmacéutica que trabaja de forma rigurosa y con responsabilidad social, que la hay, sabe mucho de las consecuencias de este fenómeno.
La tendencia general al amarillismo no sólo extiende a todos los medios el efecto villano. Afecta también de otras formas más sutiles: si el contexto general es de una tolerancia cada vez mayor hacia el sensacionalismo y la espectacularidad, si eso es lo que predomina, ¿no acabará eso condicionando de algún modo las decisiones de los diarios serios? ¿No se primarán los temas más espectaculares y se buscarán los titulares más impactantes para llamar la atención de unos lectores cada vez más saturados de estímulos impactantes? Defender el rigor exige tratar de mejorar también el ecosistema.’