‘La historia que les traigo hoy a colación tiene que ver con las inseguridades del mundo digital, donde las cosas no siempre son lo que parecen ser y donde llegar a desentrañar lo que realmente es requiere a veces un esfuerzo casi detectivesco que no siempre los lectores están en condiciones de hacer. Vean este ejemplo: un lector de Tarragona, Miquel Sunyol, me envía este correo: ‘EL PAÍS se hizo eco en su momento de la muerte de Edward Schillebeeckx, uno de los grandes teólogos del siglo XX, lo cual es un punto positivo para EL PAÍS. Mi asombro vino cuando pude comprobar que la reseña necrológica, firmada por Juan José Tamayo, era un simple ejercicio -propio de un mal alumno de ESO- de copiar y pegar, extractado de Wikipedia (los profesores de ESO suelen darse cuenta cuando ocurren estas cosas). Edward Schillebeeckx y los lectores de EL PAÍS se merecían otra cosa’, escribe.
El lector se había tomado la molestia de copiar en paralelo las dos versiones, la de Wikipedia y la de EL PAÍS. En efecto, cualquiera que, como había hecho este lector, tecleara en Google el nombre completo del teólogo holandés podía advertir fácilmente el plagio, pues la primera entrada era la biografía de Wikipedia y la segunda, el artículo de Tamayo publicado en EL PAÍS. La coincidencia era abrumadora: apenas unas ligeras variaciones de mal copiador. Les confieso que me sorprendió. Juan José Tamayo es reconocido como uno de los teólogos más prestigiosos. EL PAÍS se honra de tenerlo entre sus colaboradores y en su larga relación con el diario ha acreditado siempre el máximo rigor. Sus conocimientos de Schillebeeckx son, por otra parte, tan completos y profundos que parecía ilógico que hubiera copiado de Wikipedia.
Tamayo se encontraba en Quito cuando le llamé y no tenía a mano el texto enviado para poder cotejarlo. Por supuesto, ni se le había ocurrido consultar Wikipedia, me dijo. La sospecha de plagio le resultaba tremendamente incómoda, pero no era capaz de encontrar una explicación a la misteriosa coincidencia. Debía de haber un error.
En el archivo del diario me encontré con la primera sorpresa: no había una, sino dos versiones de la necrológica, ambas con la firma de Tamayo. La primera, publicada en la edición digital el 25 de diciembre con el título Muere Edward Schillebeeckx, teólogo de la frontera, coincidía con la versión de Wikipedia y era la que aparecía en Google. La segunda, publicada en la edición impresa el día 27, se titulaba Muere Edward Schillebeeckx, el teólogo feliz; esta versión comenzaba de forma completamente diferente y tenía un estilo mucho más personal y valorativo. No cabía duda de que la segunda era obra de Tamayo, pero ¿y la primera?
La existencia de dos versiones abría una inquietante posibilidad. La de que alguien hubiera reproducido la versión de Wikipedia a la espera del texto de Tamayo, y por alguna extraña carambola, le hubiera puesto su firma, lo cual sería doblemente grave. En el contexto de competencia contra reloj en el que operan las ediciones digitales, la urgencia por publicar puede actuar a veces como un incentivo para la precipitación y el error. No puede decirse que la muerte del teólogo holandés fuera una de esas noticias ‘que queman’ en las redacciones, pero cabía esa eventualidad.
Cotejadas las versiones de quienes gestionaron la necrológica y la del propio autor, resultó ser que la primera, la que coincidía con Wikipedia, también era obra de Tamayo. El teólogo había enviado, por encargo de Juan Bedoya, una primera versión de urgencia que se incluyó en la edición digital del mismo día 25, y al no haber ese día espacio para incluirla en la edición impresa, convino en enviar otra más elaborada, que se publicó el día 27. Volvíamos, pues, al punto de partida: ¿Cómo un texto que Tamayo decía no haber copiado podía ser una copia de Wikipedia?
La solución al misterio estaba en la propia ‘enciclopedia libre’. Los lectores pueden estar tranquilos. Ni Tamayo ni EL PAÍS habían copiado. En el historial de modificaciones de la entrada ‘Edward Schilleebeckx’ de Wikipedia puede observarse que el 28 de diciembre se produce una modificación sustancial de la versión anterior, que era bastante escueta y pobre. La nueva biografía sigue fielmente, con variaciones de mal copiador, el texto de Tamayo.
He aquí como, en tiempos de Internet, el verdadero autor puede llegar a ser sospechoso de plagio, y quedar incómodamente indefenso y hasta ignorante de la mala fama que ello le puede reportar. Permítanme una curiosidad adicional. Aunque conserva gran parte de lo escrito por Tamayo, la versión de Wikipedia ha sufrido nuevas modificaciones. El texto mantiene que Schilleebeckx es ‘el teólogo católico más prestigioso del siglo XX’, ‘una de las personalidades más influyentes en la renovación del cristianismo’ y ‘protagonista de los momentos más importantes de la historia reciente de la teología, el pensamiento cristiano y la Iglesia católica’, pero alguien ha añadido una apostilla que nunca saldría de la pluma de Tamayo: ‘Sin embargo, no puede obviarse el hecho de que su obra sea profundamente heterodoxa, incluso condenada en parte por la Autoridad Apostólica. Por tanto, es un autor muy poco seguro para el estudio de la teología católica’.
Sirva esta explicación para restablecer el buen hacer de Juan José Tamayo ante quienes cayeran en el equívoco. Esta historia muestra los complicados vericuetos que puede seguir un texto en tiempos de Internet. Pero también aporta otras enseñanzas: es un excelente ‘aviso para navegantes’ para quienes escriben en EL PAÍS. Si un día se ven acuciados por las prisas o tienen la tentación de entregarse al periodismo perezoso han de saber que si copian es muy probable que su desliz sea rápidamente descubierto. Tenemos lectores tan atentos que pueden cazar cualquier plagio. Y hasta los autoplagios. Vean dos ejemplos.
Una lectora de Madrid, Rosa de Lera López, me escribió el 21 de diciembre para advertirme de que acababa de leer una noticia calcada de otra publicada anteriormente. ‘Creo que un periódico de la talla y prestigio de EL PAÍS no puede permitirse este autoplagio tan escandaloso’, decía, enfadada. Efectivamente, la noticia EL PAÍS, líder en Twitter, publicada el 21 de diciembre, era casi idéntica a la titulada EL PAÍS es líder en Twitter , del 29 de octubre. Sólo se había cambiado la cifra de usuarios. Un burdo copiar y pegar con firma corporativa que, tratándose de una noticia que quiere destacar un éxito del propio diario, no habla precisamente a favor de su calidad.
El hecho de que EL PAÍS sea utilizado como base de documentación por muchos académicos, y que sea además tan fácil acceder a los archivos, hace que plagios y autoplagios sean ahora mucho más fácilmente detectables. Un profesor universitario me escribe, con ruego que de que no mencione su nombre, para advertirme de que el artículo de Javier Sampedro publicado el 27 de diciembre bajo el título Patente omisión, es en su mayor parte una reproducción literal de otro titulado El precio de no inventar, publicado por el mismo Sampedro ¡en septiembre de 1998!
Sampedro me facilita la siguiente explicación: ‘El lector está en lo cierto. Quería mostrar ejemplos históricos de patentes, recordé que los tenía escritos en una vieja pieza, la busqué y los tomé de ahí. Incurro a menudo en este tipo de autoplagios. Cuando has explicado cien veces lo que es el ADN, ya no puedes mejorar más ese párrafo, y lo lógico es tomarlo de artículos anteriores. Un hiperlink evitaría tener que hacerlo, pero apenas los usamos en nuestra web’. Sampedro es uno de los divulgadores científicos más respetados. Aun cuando el texto sobre las patentes siga siendo tan interesante como lo era el de 1998, autoplagiarse de forma tan extensa y tan literal puede menoscabar su imagen y la del propio diario. Y desde luego estoy segura de que también hiere la vista de sus admiradores.’