Wednesday, 27 de November de 2024 ISSN 1519-7670 - Ano 24 - nº 1315

Milagros Pérez Oliva

‘Lo que venía siendo un goteo suave pero sistemático se ha convertido en los últimos días en un chaparrón. Me refiero a las cartas de lectores que consideran impropio de EL PAÍS publicar anuncios de contactos sexuales. El diario publica una media de tres páginas diarias de estos anuncios, a las que hay que añadir la última página de El País Semanal, en la que aparece una estridente amalgama de ofertas que abarca desde ‘los vídeos más calientes’ a ‘intercambio de parejas’, ‘guapos gay’ o ‘chicas con chicas’, y hasta una ‘maestra del dolor’. En los últimos meses, esa página ha sido motivo de frecuentes críticas. José Manuel Llovet, por ejemplo, dice no recordar ‘un domingo sin leer El País Semanal desde que salió’. Lo considera una buena revista, pero no le parece aceptable que publique ‘anuncios pornográficos’. ‘Tengo hijos pequeños, y no me gusta que vean ese contenido’, dice. Macarena Pla es más expeditiva: ‘Tengo dos hijas, de 15 y 13 años. Cuando El País Semanal llega a mis manos, miro la contraportada, y al comprobar que siguen anunciando pornografía, lo tiro. Éste es el pobre boicot que puedo hacer’. También Miguel Martínez y Carmen Romero arrancan esa página para evitarle a su hija de ocho años unas imágenes que en su opinión, como en la de Silvia Llopis o Joaquima Utrera, son impropias de este diario.

La de estos lectores es una discrepancia desde la lealtad. Les gusta EL PAÍS, lo consideran un buen periódico y se identifican con su línea editorial, pero se sienten defraudados por algo que creen que no es digno ni del diario ni de sus lectores

A partir del domingo, sin embargo, las críticas arreciaron. ¿Más anuncios? No. Todo lo contrario. El detonante fue la publicación de una excelente serie de reportajes de Mónica Ceberio y Álvaro de Cózar que, bajo el título de La explotación sexual en España, mostraba los horrores de la ‘esclavitud invisible’ en que se ha convertido la prostitución. Se trata de un trabajo de investigación para el que los lectores no han escatimado elogios. Ése es el tipo de periodismo en profundidad que esperan de nosotros. Pero precisamente por la contundencia de la denuncia, su publicación puso de manifiesto lo que muchos lectores consideran una contradicción: ‘Celebro que EL PAÍS trate un tema tan delicado, injusto y doloroso’, dice María José Martínez Vial. ‘Sin embargo, me cuesta mucho entender que el mismo periódico que denuncia la esclavitud de las mujeres dé cabida a anuncios mucho más que denigrantes’. ‘El mismo medio que hace la denuncia trata a las mujeres como mercancía’, añade, algo que también suscribe Laura Cardenal. Esther de la Rosa pregunta: ‘¿Acaso no saben que detrás de muchos de esos anuncios se encuentran las mismas mafias a las que aluden los reportajes? ¿Acaso no es contradictorio escribir sobre este drama invisible y lucrarse con él?’. En parecidos términos se expresan Carmen Baudín, Pedro Taracena, Damián Barranco o Selina Blasco. ‘Tengan valor y sean consecuentes con su supuesta línea editorial’, concluye Luis Martín Cebollero.Éste es un viejo debate en la Redacción de EL PAÍS. Y también en su Dirección. Por eso le he pedido a Javier Moreno una explicación. El director ha delegado en el subdirector Carlos Yárnoz, cuyo comentario refleja el estado de la discusión interna: ‘La sociedad española no ha resuelto el debate sobre la prostitución y el mundo que lo rodea. El Gobierno, por ejemplo, ha renunciado a prohibirla o regularla, pese a las numerosas comisiones o estudios que ha elaborado. Ojalá hubiera una clarificación al respecto y, sin duda, el periódico cumpliría la ley como lo ha hecho siempre’, dice.

‘Salvando las distancias obvias’, añade, ‘es lo que ocurrió con la publicidad del alcohol o del tabaco. Pero en este caso nos encontramos con una situación de alegalidad y, antes de adoptar posiciones prohibicionistas, también en la propia prensa debiera plantearse un debate más profundo y no sólo testimonial. En nuestro propio periódico existe esa discusión incipiente, que va creciendo poco a poco, y en su momento tendremos que plantearlo más profundamente. Como hemos planteado de manera amplia y rigurosa la serie de informaciones de denuncia de la escandalosa explotación de la mujer, de la que los medios apenas se han ocupado, y que surgió precisamente de una conversación de la subdirectora Berna G. Harbour conmigo’.

Puesto que las puertas parecen abiertas a una revisión, sería bueno tener en cuenta que la realidad se está precipitando. Nuevos factores han cambiado el paradigma y apremian para que se tomen decisiones valientes. Ya no podemos seguir hablando de la prostitución como de una actividad alegal, en la que alguien ofrece libremente servicios sexuales. Como dice el reportaje, es una forma de esclavitud que no para de crecer. Si el número de prostitutas se cuenta por cientos de miles, si entre el 85% y el 90% son extranjeras y si una gran parte de ellas, según los informes policiales, ejercen forzadas por amenazas y agresiones que les hacen decir cosas como que su vida vale lo que vale la deuda que tiene con su madame, no es difícil deducir que al otro lado del teléfono que aparece en los anuncios que publicamos puede haber un explotador sexual, y tal vez incluso un asesino.

La prostitución siempre se ha nutrido de la pobreza, pero esta nueva esclavitud está ahora en manos de poderosas mafias internacionales, cada vez más violentas, que trafican con mujeres, con armas y con drogas. ¿Qué garantía tiene el diario de que esas atractivas chicas que se ofrecen en sus páginas no son esclavas sexuales de esas mafias? El que la prostitución no esté prohibida no significa que los medios no tengamos responsabilidad. Y aquí entra en juego un nuevo factor a considerar. Conforme la realidad se vuelve más cruda y más cruel, también aumenta la sensibilidad social. Cada vez es más difícil mirar hacia otro lado. Y la misma sensibilidad que lleva a muchas personas a dejar de comprar zapatillas deportivas fabricadas por manos infantiles o consumir perca del Nilo por la forma en que se pesca puede considerar intolerable que haya discrepancia entre lo que un diario proclama y lo que hace. Si muchas entidades financieras, empresas y grandes multinacionales se han visto obligadas a acuñar términos como banca ética, comercio justo o responsabilidad social de la empresa, es porque cada vez hay más ciudadanos a los que no les da igual cómo se consiguen los beneficios.

Ése es el signo de los tiempos que vienen, y ésa es la sensibilidad que predomina entre los lectores que estos días me han llamado. ¿Son estos lectores un reducto de fundamentalistas de lo políticamente correcto? Valorarlo así podría ser un error. En todo caso, son los periódicos españoles, con apenas cuatro excepciones, los que constituyen un reducto muy alejado de lo que, en este asunto, consideran buenas prácticas nuestros colegas europeos. Diarios como el Frankfurter Allgemeine, Le Monde, Daily Telegraph o The Guardian no publican este tipo de anuncios. De hecho, la mayor parte de los diarios serios no los publican. The International Herald Tribune tomó la decisión de suprimirlos en 2003 al considerar que mantenerlos era incoherente con su línea editorial.

No quiero, queridos lectores, que por tratar de ser ponderada en mis argumentaciones, crean que soy ambigua. Esta Defensora considera que esos anuncios no deberían publicarse en este diario. Sé que se trata de una muy vieja polémica y que los tiempos de crisis que vivimos no son los más propicios para tomar una decisión de esta naturaleza. Pero teniendo en cuenta que la vicepresidenta del Gobierno se ha mostrado dispuesta a intervenir para que la prensa deje de publicar anuncios de contactos, tal vez fuera buena idea acelerar el debate. Mejor dar ejemplo, como hemos hecho otras veces, que actuar obligados. El artículo 1.29 del Libro de Estilo nos proporciona una buena analogía: ‘La línea editorial del periódico es contraria al fomento del boxeo, y por ello renuncia a recoger noticias que contribuyan a su difusión’. Si esto forma parte de nuestros principios, con mucha más razón debería figurar el de no contribuir con anuncios de contactos a una actividad que, además de denigrar a las mujeres, las convierte en esclavas.’