“Era una lectora de Vitoria, dijo ser abogada y haber vivido situaciones tan precarias como para lanzarse con ilusión al trozo de pan negro que le daban en los oscuros años del racionamiento. Me llamó el lunes para expresar su desazón por el ‘exceso de pesimismo’ que observa en los medios de comunicación y su convicción de que el tratamiento informativo de la crisis está contribuyendo a ahondarla. Llevaba toda una semana leyendo titulares alarmantes, pero lo que colmó el vaso de su angustia fue el ‘sufrimiento’, en el que Joaquín Estefanía enumeraba el compendio de negras previsiones que se ciernen sobre nosotros. ‘¿Cuántas veces nos han dicho ya que estamos al borde del precipicio? ¿Es que no hay ninguna noticia positiva? Leyendo el diario, dan ganas de meterse en la cama y no levantarse más’, repetía, una y otra vez. Expresaba una inquietud compartida por otros lectores y que ha aflorado también en las preguntas que me han formulado en diversos foros y debates a los que he sido invitada; ¿contribuye la cobertura mediática de la crisis a la propia crisis? ¿Alimentamos desde los medios la cultura del miedo y la desconfianza?
La respuesta parece sencilla: los medios de comunicación han de reflejar la realidad. Y si la realidad es negativa, no pueden decir que es positiva. Tampoco pueden hacer periodismo compasivo para evitar que los lectores se depriman. Siendo esto cierto, resulta, sin embargo, demasiado simple. Porque la realidad puede explicarse de muchas maneras y es el relato que se hace en los medios el que modula la percepción global que la ciudadanía tiene de la crisis. Merece la pena, pues, ir un poco más allá. Para ello he pedido la colaboración de dos autores que han reflexionado sobre este asunto, el propio Joaquín Estefanía, que acaba de publicar un libro titulado La economía del miedo, y el sociólogo Enrique Gil Calvo, autor de El miedo es el mensaje: riesgo, incertidumbre y medios de comunicación (2003) y Crisis crónica: la construcción social de la gran recesión (2009).
Joaquín Estefanía, que ha sido redactor jefe de Economía y director de este diario, conoce bien los dilemas que las crisis plantean, pues a lo largo de su carrera ha tenido que lidiar con varias. ‘Los medios de comunicación y los periodistas’, me dice, ‘debemos movernos en este asunto en unos límites muy estrechos: por una parte debemos contar y explicar lo que sucede, por muy grave y alarmante que sea (y la actual crisis económica es muy profunda, muy larga y está dejando unas secuelas terribles en la sociedad española), y por otra, debemos evitar inocular el miedo a los ciudadanos que nos leen, nos escuchan o nos ven’. Cuando el equilibrio se rompe del lado del alarmismo, la información tiene efectos paralizantes y hasta regresivos.
‘El miedo’, sostiene Estefanía, ‘produce antipatía hacia el otro, cesiones continuas de derechos ante la posibilidad de inseguridad económica, impotencia ante las agresiones de los que aprovechan la crisis para lucrarse perjudicándonos, desafección respecto a los políticos que nos representan y que muchas veces no pueden actuar porque las decisiones más importantes se toman lejos de los Parlamentos nacionales… El miedo siempre ha sido un aliado natural del poder. Es una emoción que inmoviliza, que neutraliza, que no permite actuar ni tomar decisiones con naturalidad’.
Enrique Gil Calvo cree que los medios son juez y parte en el relato de la crisis y los considera ‘culpables de interferencia interesada y distorsionadora’ por tres razones principales. La primera tiene que ver con la propia posición: ‘Los medios son parte interesada en la información sobre la crisis porque ellos mismos están en crisis’. La segunda tiene que ver con la dinámica informativa: ‘La información económica de los medios es necesariamente procíclica (realimentación reforzadora de la crisis), en lugar de ser contracíclica, como debería. ¿Por qué? Porque para hacer atractiva la información económica, farragosa y tecnocrática de por sí, deben exagerar sus aspectos extraordinarios y potenciar así el interés. Y esto tiene el efecto perverso de hinchar las burbujas especulativas durante las fases alcistas, reforzando la euforia del auge, y de propagar las estampidas de pánico durante las fases bajistas’.
La tercera es la naturaleza ‘necesariamente populista’ de la información, en la que los medios tienden a ‘culpar a los otros de lo que ocurre (la prensa alemana culpa a los PIGS, la latina culpa a Merkel) y a absolver, como víctimas inocentes, a los nuestros, es decir, a la propia audiencia, a los lectores, oyentes y espectadores de los que en realidad dependen’. Así es como se ve el problema desde la academia.
¿Y desde la trinchera? ¿Cómo se ve la cuestión desde el interior de los medios? Se lo pregunto a Miguel Jiménez, redactor jefe de Economía. ‘Creo que hay algo de cierto en que los medios son procíclicos’, responde. ‘Siempre ha sido así, aunque no se exagere ni se sea populista con la información. Reflejar las noticias buenas o malas puede agitar los animal spirits, contribuir a acentuar las fases alcistas o bajistas, aunque tampoco debe exagerarse ese efecto, pues los ciudadanos no se enteran de la crisis solo a través de los medios. ¿Quién no tiene un familiar o un amigo en paro, un conocido al que le va mal el negocio o al que le han bajado el sueldo? Por no hablar de las subidas de impuestos o los recortes’.
‘Con más de cinco millones de parados’, continúa, ‘es difícil exagerar la gravedad de la crisis, pero esa gravedad no se puede hurtar a los lectores con el pretexto de que pueden desmoralizarse o asustarse. Estamos deseando dar buenas noticias, pero no podemos inventarlas. Nuestro deber es dar buena información sobre lo que ocurre, y también sobre lo que se prevé que ocurra. Por desgracia, las peores previsiones sobre la gravedad y duración de la crisis se han quedado cortas. Pero entiendo esa sensibilidad’.
Gil Calvo considera que los tres tipos de sesgos que ha señalado ‘no tienen fácil remedio porque obedecen a un estado de necesidad de los propios medios’, aunque, a continuación, matiza: ‘O por mejor decir, su único remedio es la profesionalidad periodística, que exige evitar cuidadosamente el riesgo de caer en la viciosa deformación profesional’. Tanto Miguel Jiménez como Joaquín Estefanía tienen claro cuál es el camino: informar con rigor, sin exagerar, ofreciendo al lector el contexto, las alternativas y las consecuencias de cada decisión. Estoy muy de acuerdo. Pero creo que hemos de revisar, además, algunas de nuestras rutinas. Y tener en cuenta, para contrarrestarlas, ciertas dinámicas de la cultura periodística que pueden distorsionar el relato de la crisis. La lectora de Vitoria señalaba una de ellas: el abuso de los calificativos. La tendencia a utilizar los más dramáticos para llamar la atención del lector. Creo que caemos con demasiada frecuencia en lo que podríamos denominar la espiral del superlativo.
Otra es la tendencia a la negatividad. Ya sabemos que lo negativo tiende a ser más noticia que lo positivo. Pero ¿por qué el incumplimiento de una previsión de crecimiento ha de tener un titular mayor si es a la baja que si es al alza? Hay, además, factores culturales subyacentes que pueden distorsionar el relato y que los medios alimentamos con fruición. Por ejemplo, la imperiosa necesidad de anticipar el futuro. Vivimos en una cultura anticipatoria que parece regodearse en la especulación de lo que sucederá. A esto hay que añadir la tendencia de los medios a situarse siempre en el peor de los escenarios posibles.
Comprendo que no es fácil sustraerse a esta dinámica. Solo hay que observar la gran cantidad de organismos públicos y privados que emiten informes de predicción. Pero la profusión informativa de este tipo de datos fomenta la angustiosa necesidad de saber qué ocurrirá, de anticiparse a los acontecimientos. Con ello contribuimos al secuestro del presente por un futuro incierto que no es seguro que acabe siendo como se ha previsto, pero que ya condiciona nuestras conductas. Por ejemplo, induciéndonos a aceptar que se recorte lo que aún tenemos por miedo a perderlo más adelante, que es la forma más segura de perderlo.
Después de haber fallado tantas veces y de forma tan estrepitosa, ¿hemos de seguir permitiendo que las previsiones y sus desviaciones colonicen de la forma en que lo hacen los informativos, las páginas de economía y las portadas de los diarios? ¿No deberíamos adoptar una mayor distancia?
Creo que son cuestiones sobre las que debemos reflexionar.”