Sunday, 24 de November de 2024 ISSN 1519-7670 - Ano 24 - nº 1315

Tomàs Delclós

El Libro de Estilo de este diario, cuando aborda el tratamiento de la fotografía, establece que está prohibida toda manipulación que no sea estrictamente técnica o destinada a preservar la identidad de menores o personas amenazadas.

Para precisar el alcance de esta prohibición aclara que ni siquiera se podrá invertir una fotografía con el propósito de que la cara de la persona fotografiada dirija su vista a la información que acompaña a la misma. La manipulación, entendida como supresión, añadido o recolocación de elementos que aparecen en la imagen, es un concepto diáfano y unánimemente aceptado. Todo el mundo la reconoce, por ejemplo, en las grotescas desapariciones de personajes caídos en desgracia en documentos de la época estalinista.

Sin ir tan lejos, este enero, la agencia AP prescindió de un prestigioso colaborador, premio Pulitzer, por haber alterado una foto suya en Siria borrando del suelo de la escena un detalle: la cámara de un compañero. Con ello, dijo, pretendía que el lector no desviara la mirada del combatiente protagonista de la imagen. Al mismo tiempo, acentuaba la singularidad de su testimonio, no había nadie más. Sin embargo, hay un terreno más confuso al analizar la manipulación fotográfica: el tratamiento del original en el proceso de edición.

El Libro de Estilo, con un redactado de la época analógica, salva de la prohibición los manejos técnicos derivados de la edición periodística, eliminación de efectos de revelado o transmisión. Correcciones de tono en el color o ajustes de grises entrarían en esta práctica que ya existía en los laboratorios de revelado. Pero la tecnología digital de procesado de las imágenes ha multiplicado las posibilidades… y las tentaciones de mejorarlas, buscando un impacto estético, más allá de lo que podría entenderse por una corrección técnica.

En este diario se ha vivido un episodio que ha reavivado este debate.

Se trata de la publicación de una colección de imágenes sobre las obras en el canal de Panamá cuyo propósito inicial, según informa el departamento de Fotografía, por parte del autor, no era periodístico y que el diario publicó como elemento informativo, decisión que se tomó ante la carencia de testimonios gráficos de las citadas obras. No se deben publicar este tipo de originales procesados, por ejemplo, con técnicas para obtener un “alto rango dinámico” (HDR en sus siglas en inglés) que presentan un resultado espectacularmente pictórico.

En los comentarios al reportaje en el digital ya se produjo un intenso debate sobre la cuestión. Aquí, resumo una carta remitida por José Antonio Sanahuja. “EL PAÍS cuenta con algunos excepcionales reporteros gráficos en su plantilla, y las fotos que publica se han caracterizado por la ausencia de retoques, y no he encontrado casos de procesado intensivo como el del reportaje citado (…) Un diario de referencia, como es EL PAÍS, debería tener criterios más claros al respecto. Quizás la referencia del Libro de Estilo, redactada en tiempos de la fotografía analógica, es demasiado genérica para los tiempos de la fotografía digital, de Adobe Photoshop y de sus plug-ins para añadir rango dinámico y dramatismo artificial a las fotografías”. La carta concluye recordando que World Press Photo ha modificado el protocolo para aceptar originales. Como explicaba este diario, ha decidido endurecer sus normas sobre edición de fotografías para “determinar en qué grado las imágenes se han mejorado en la posproducción”. Los aspirantes tendrán que facilitar sus originales sin tratar. A partir de ellos, los expertos realizarán un análisis caso a caso para determinar el grado en que las fotografías han sido tratadas después de ser tomadas comparando el resultado final con el original.

Al margen de este caso, he solicitado al redactor jefe de Fotografía del diario, Ricardo Gutiérrez, que interviniese en la reflexión sobre los límites de la “manipulación técnica” de las fotos informativas, aquellas en las que el fotógrafo no interviene en la organización del referente (a diferencia, por ejemplo, de un retrato de estudio donde puede haber iluminación artificial, estilismo, decorados…), simplemente refleja lo que ha visto, son imágenes con valor de testimonio.

“Toda imagen es subjetiva en tanto en cuanto el autor tiene la posibilidad de encuadrar y capturarla en el instante que él ha escogido. A veces es necesario optimizar alguna fotografía, para corregir alguna dominante cromática, darle los niveles óptimos para la transferencia a rotativas, en algunos casos se debe encuadrar el original por motivos de maquetación… No contemplamos la eliminación de elementos que molestan en la imagen, solamente la inserción de un pequeño mosaico para preservar la identidad. Por tanto, toda intervención que transforme la fotografía, la esencia de la misma, la rechazamos de plano y únicamente admitimos la mejora cromática de la imagen. En algunos casos hemos ensamblado distintas imágenes para dar la secuencia de un suceso, pero en estos caso se ha advertido en el pie de foto”.

Indudablemente, una foto es una mirada, la de su autor, y es totalmente vigente aquella reflexión de Godard que consideraba la decisión sobre el cómo se usa la cámara como una cuestión moral, ya que supone una elección de cómo se contempla la escena, un punto de vista. Pero admitido eso, otra cosa muy distinta es el manoseo digital, algo no permitido, de la imagen que no busca la visibilidad sino conseguir llamativos efectos estéticos. Agencias como Reuters o AP tienen un detallado catálogo de los procesos de edición permitidos y prohibidos. En el caso de AP, un ejemplo, se aclara que ajustes menores son aceptables en el color y en la escala de grises, pero deben ser los mínimos necesarios para una clara y correcta reproducción, que restauren la auténtica naturaleza de la fotografía. El citado código llega a prohibir la supresión de los ojos rojos en una foto tomada con flas.

En enero de 2012, The Washington Post publicó en portada una foto de un avión sobrevolando un puente sobre el río Potomac. Se trataba de una imagen conmemorativa del accidente ocurrido en el lugar en 1982. La imagen estaba tratada y en el pie foto, el diario hizo constar que “esta imagen es una composición creada tomando varias fotos y tratándolas en un programa informático para trascender las limitaciones visuales de la fotografía estándar”. El código de The Guardian precisa que las fotografías digitalmente mejoradas o alteradas, montajes e ilustraciones deben estar claramente etiquetadas como tales.

La aceptación de retoques en el proceso de edición debe siempre interpretarse de forma altamente restrictiva, aunque este concepto ni acota todas las dudas ni cierra el debate.

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Tomàs Delclós é ombudsman do El País