Sunday, 24 de November de 2024 ISSN 1519-7670 - Ano 24 - nº 1315

Lola Galán

Escribo hoy mi primer artículo como defensora del lector. Después de décadas como redactora de este diario, es algo así como pasar al otro lado del espejo. He trabajado en diversas secciones, especialmente en Domingo, y he sido corresponsal durante 10 años. Estoy acostumbrada a la soledad que caracteriza a esta tarea, y que puede ser, dicen, uno de sus principales inconvenientes.

El PAÍS fue pionero en España en establecer esta figura, en 1985; años después le siguieron Le Monde, The Guardian y The New York Times. La misión de la defensora, según recoge el Estatuto que articula este trabajo, es “garantizar los derechos de los lectores, atender sus quejas, dudas o sugerencias sobre los contenidos del periódico y vigilar que el tratamiento de las informaciones sea acorde con las normas éticas y profesionales del periodismo”. Me esforzaré por estar a la altura de este reto, con sentido de la medida, y con la comprensión necesaria en quien juzga públicamente el trabajo del prójimo.

En el lapso de tiempo que ha mediado entre la despedida de mi antecesor, Tomàs Delclós, y mi llegada, se han acumulado en mi buzón cartas de protesta por diversos temas que espero ir tratando en los próximos días. Hoy quiero centrarme en las que ha provocado el artículo publicado en la edición digital de EL PAÍS el 23 de septiembre pasado, bajo el título Ondas electromagnéticas: ¿malas para la salud? Se trata de un reportaje de la revista BuenaVida, que se distribuye quincenalmente con este diario. El tema no es nuevo, y otro artículo con similares argumentos obligó al anterior defensor a intervenir. El texto, lejos de la interrogación que figura en el título, considera probado que la exposición a las ondas electromagnéticas no ionizantes daña la salud. Entre las numerosas fuentes domésticas de estas ondas están los ubicuos teléfonos móviles y el wi-fi.

Mauro García escribe indignado desde Alemania, para recordar que “el consenso científico es claro: no existen evidencias que nos indiquen que las ondas electromagnéticas no ionizantes tengan efectos sobre los sistemas vivos más allá de las posibles variaciones térmicas; es además esa, y no la expuesta en la noticia, la postura que mantiene la Organización Mundial de la Salud (OMS), tal y como se puede observar en los múltiples comunicados que ha emitido sobre ello en su página web”. La carta venía avalada por seis firmas más, de biólogos, ingenieros y de una periodista científica.

La OMS mantiene un seguimiento de las investigaciones en curso

Otro lector, Luis Arean, se lamenta: “Ni una fuente científica consultada; sólo opiniones de organizaciones que sirven de tapadera a compañías que se lucran con una amenaza inexistente”. Además, “se cita torticeramente un informe de la OMS, cuando ninguna investigación ha logrado encontrar una relación entre ondas electromagnéticas y dolencias, y esto lo reconoce la propia OMS, que clasifica a las ondas electromagnéticas como otros cancerígenos tan peligrosos… como el café”.

La queja de Enrique Pereira de Lucena sobre el artículo es similar. “No tiene el menor sustento científico, y es una publicidad encubierta del señor Raúl de la Rosa y su Fundación Vivo Sano en la cual desarrolla campañas interesadas sobre el tema”.

La autora defiende su artículo. “Miles de estudios han investigado los efectos biológicos de las ondas electromagnéticas. Uno de los trabajos más representativos corresponde al informe Bio-Initiative, un análisis independiente publicado en 2007. Con las dos actualizaciones de 2012 y 2014, el grupo de investigadores de Bio-Initiative ha revisado unos 5.500 estudios científicos. Entre sus conclusiones se alerta sobre los efectos atérmicos perniciosos de estas radiaciones, de lo que se infiere de manera muy clara que hay efectos no térmicos y evidentes que se pueden manifestar en enfermedades muy concretas, y se facilita una relación de las enfermedades específicas con los estudios que las avalan”.

La OMS considera, sin embargo, que no hay evidencia concluyente de que las ondas electromagnéticas dañen la salud. ¿Asunto zanjado? No, porque como admite este mismo organismo en su página web, citando una frase de Barnabas Kunsch, del Centro de Investigación Seibersdorf de Austria, “la ausencia de evidencia de efectos nocivos no es suficiente en las sociedades modernas. Lo que se demanda cada vez más es la evidencia de esta ausencia”. Y esa evidencia todavía no existe. Por eso las investigaciones continúan y la OMS, que tiene en marcha desde 1996 un proyecto internacional para monitorizar estos trabajos, es partidaria de aplicar un principio de cautela. Sobre esta base, el Consejo de Europa recomienda un uso responsable del móvil, con especial atención en el caso de los niños. La Sociedad Española de Protección Radiológica (SEPR) resume esas recomendaciones en una serie de consejos de uso del móvil que figuran en su página web.

“La incertidumbre está presente en la vida porque no existe la seguridad absoluta”, reconoce Francisco Vargas-Marcos, médico epidemiólogo especializado en campos electromagnéticos, y miembro del Comité Científico Asesor en Radiofrecuencias y Salud (CCARS), un organismo independiente creado por la Universidad Complutense de Madrid. “Todos los días estamos expuestos a niveles de contaminantes físicos (ruido, radiación solar, radón, exposiciones médicas), químicos (en el aire, agua, alimentos, hogar, trabajo), biológicos (virus, bacterias, hongos) o psicosociales (estrés, paro, depresión, problemas laborales, familiares, etcétera). ¿Cómo los controlamos? Evaluando las evidencias científicas y estableciendo niveles de exposición que no deben superarse. Esto es lo que se ha hecho con las emisiones de las radiofrecuencias. Si no se superan los límites considerados como seguros no hay motivo de alarma”. Niveles que son, “los que la mayoría de los países de la UE utilizan, la OMS recomienda y nuestro país tiene legislados en el Real Decreto 1066/2001”.

He preguntado al doctor Alejandro Úbeda, jefe de la Unidad de Investigación Biomédica del Hospital Ramón y Cajal de Madrid, y coordinador del comité de expertos que asesoró al Gobierno con vistas a esa legislación, si los límites que fija siguen siendo válidos. “Tengo que decir que sí, y que no”, responde. “La Recomendación Europea que dio lugar a los límites de exposición para el público establecidos por el Real Decreto 1066/2001, se basaba en los criterios de la Comisión Internacional para la Protección ante Radiaciones No Ionizantes (ICNIRP, 1998), contra efectos nocivos inmediatos, de exposiciones cortas y esporádicas a los campos electromagnéticos (CEM). La controversia viene de la posibilidad de que tales límites no fueran necesariamente válidos para la protección ante posibles efectos adversos de exposiciones crónicas (de personas que habitan en las proximidades de líneas eléctricas, o usuarios habituales de teléfonos móviles) a campos de intensidades más bajas”.

Las investigaciones que se vienen llevando a cabo desde 2001 para determinar esta cuestión no han permitido aún alcanzar conclusiones definitivas. “Desde mi punto de vista de investigador biomédico, ello puede deberse a que se han priorizado los estudios dosimétricos y epidemiológicos, relegando la investigación sobre los mecanismos biofísicos implicados en la respuesta a los CEM débiles”.

Como ven, el tema no es tan sencillo. Creo que el artículo tendría que haber respondido al interrogante del título ofreciendo opiniones autorizadas que explicaran cuál es el consenso científico sobre esta cuestión, y no favorecer una única tesis presentándola como una realidad demostrada cuando no lo considera así la OMS.

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Lola Galáné ombudsman do El País