Sunday, 24 de November de 2024 ISSN 1519-7670 - Ano 24 - nº 1315

Lola Galán

Los periodistas somos los paladines de la libertad de expresión, aunque en las redacciones se utiliza bien poco. Nuestra misión fundamental es informar, y eso excluye dar opiniones. Una prerrogativa de la dirección, a través de la línea editorial y, sobre todo, de los columnistas. EL PAÍS tiene un amplio plantel de articulistas que ejercen esa libertad con diferente intensidad crítica. Los hay que son flagelo constante del Gobierno, de los políticos, de la corrupción, del capitalismo salvaje, o la mala educación nacional, y que acumulan seguidores entusiastas. Pero no todas las críticas obtienen el aplauso de los lectores. Un artículo de opinión de Ignacio Vidal-Folch, publicado el 2 de noviembre en el suplemento Domingo, ha provocado varias quejas. En el texto, titulado TV3 fuerza la máquina,se criticaba con ironía la programación de la televisión autonómica catalana, en la que, decía el autor, “la brocha gorda del desprecio a cuanto suena español se alterna con pinceladas sutiles de chovinismo”. También se aludía a una aparición del cantante Lluís Llach en uno de sus programas.

Federico Jiménez Sánchez me ha remitido un mensaje indignado, especialmente, por el siguiente párrafo del artículo: “El convidat (El invitado) es un programa de mucho éxito. El locutor se presenta con una maleta en casa de un famoso catalán, y pasa con él 24 horas. Esta vez con Lluís Llach, que vive en Senegal parte del año. Los senegaleses, dice Llach, tienen otro sentido del tiempo, de la amistad, etcétera. Tenemos mucho que aprender de ellos. Al fondo se ve a un empleado suyo: un negro de musculoso torso a la orillita de la mar, cepillando un bonito caballo; pero tranquilos, que está casado y tiene hijos. ¡No hay turismo sexual, ni colonialismo, malpensados!”.

Este lector se pregunta: “¿De verdad no hay límites éticos de ningún tipo respecto de lo que el señor Ignacio Vidal-Folch puede escribir en EL PAÍS?”.

La mención a Llach ha molestado también a Francisco Javier Picazo Jover, lector de este diario, “desde hace 25 años”, que se queja además de la, a su juicio, uniformidad de opiniones que ofrece este diario sobre la situación en Cataluña. Respecto al artículo sobre TV3, considera que el autor “no debería utilizar esa ironía para solventar cuentas pendientes con personas que no tenían nada que ver con el tema del artículo, como es el caso de Lluís Llach, del cual hace una referencia absolutamente impresentable e injuriosa”.

La palabra “inútil” no figura en el texto. Es una conclusión del mismo

Mi misión no es juzgar a los columnistas. No obstante, he enviado estos correos a Vidal-Folch. Esta es su respuesta: “En mi artículo TV3 fuerza la máquina he proporcionado a los lectores de EL PAÍS una información veraz y llena de datos indiscutibles sobre un fenómeno desconocido para quienes no viven en Cataluña y que contribuye en buena medida al auge del separatismo: la naturaleza y deriva de TV3. Que algunos se sientan agredidos me es indiferente. Hay que contar las cosas como son, y no como a algunos les gustaría que se contasen”.

Otro lector, Olivier de Mena, protesta por el artículo de Vidal-Folch, pese a coincidir con él en que la propaganda que realiza TV3 “es real y bastante desagradable”. Su tesis es que todos los medios —incluye al Grupo PRISA, que edita EL PAÍS— hacen lo propio. Y acusa a otras cadenas de televisión de hacer propaganda anticatalana sistemáticamente.

EL PAÍS ha publicado decenas de artículos críticos con las televisiones públicas. A título de ejemplo, quiero reproducir una frase de una columna sobre Telemadrid escrita por un redactor de esta casa, Javier Martín, en noviembre de 2011. Bajo el título Telemadrid, ¡qué zafia eres!, decía: “No es necesario ir a programas más personales y sectarios, como el vespertino Alto y claro, para encontrar tal grado de sectarismo absoluto, incluso absurdo. Sin tregua, desde el amanecer y en los mismos titulares. Ninguna otra televisión autonómica, gobiernen en sus territorios PP, PSOE, CiU o Coalición Canaria, se acerca a esa bazofia informativa”.

Hace dos semanas dediqué mi artículo a las reacciones que provocó un titular poco afortunado sobre el líder de Podemos, Pablo Iglesias. Hoy, es otro titular, Cataluña celebra un 9-N inútil para definir su encaje en España, que dominaba la portada de EL PAÍS el domingo 9 de noviembre, el que ha destapado la caja de los truenos.

Varios lectores me han escrito para expresar su desacuerdo y su disgusto por el uso del adjetivo “inútil”. Marta Albiñana Domingo, exalumna del máster de EL PAÍS, donde, cuenta, trabajó un par de años, escribe: “Se supone que es un titular informativo, por tanto, no cabe la interpretación o la opinión en él (al menos así me lo enseñaron sus compañeros que me dieron clase en el máster). De este modo, el adjetivo ‘inútil’ sobra”.

Otro lector, Pere Ros Rebulà, muy molesto con diversos títulos y subtítulos de este diario referidos a temas catalanes, por considerarlos “tendenciosos y carentes de rigor”, se queja también del publicado el domingo 9 de noviembre. “A mi entender, la calificación de ‘inútil’ implica un juicio de intención que, si bien en un ensayo empírico podría ser tenido en cuenta, en una situación política deja mucho que desear”. Este lector subraya además que el término “inútil” es “peyorativo”.

Muy crítico es también Manel Risques Corbella, suscriptor de este diario. “Todos sabemos que la votación del 9-N no tiene ninguna validez jurídica (no se necesitan muchas luces para establecer tal aserto), pero que tiene un profundo contenido político que es necesario analizar y explicar. Verbos que, en las noticias, no pueden mezclarse con opinar”.

Ángel Domingo, que participó como voluntario en la organización de la consulta, me escribe: “Dejando de lado la extrañeza por calificar de inútil algo que todavía no ha ocurrido y de lo que se desconocen tanto su dimensión como sus efectos, no sé si puede imaginarse la inmensa sensación de desprecio y humillación que un ciudadano catalán que hubiera participado en esta jornada puede llegar a sentir” al leerlo. Esteban Garriga Gorina se pregunta respecto de la palabra “inútil”: “¿Es este el mejor calificativo que un periódico de su entidad ha encontrado para definir la jornada de hoy [9 de noviembre]?”.

He trasladado estas quejas al director adjunto de EL PAÍS, David Alandete, que señala: “No hay valoración u opinión en el titular. Ni desde luego se juzga el comportamiento de quienes acudieron a votar. Se dice en él que Cataluña celebra un 9-N inútil para definir su encaje en España. La definición de “inútil” no es otra que “no útil”. Dada la impugnación del Tribunal Constitucional y los cambios efectuados por el Gobierno de la Generalitat, la votación del domingo en Cataluña no fue útil para “definir su encaje en España”, porque no era vinculante ni tenía efecto jurídico alguno. Quizá pudo ser útil para otras cosas, pero desde luego no “para definir el encaje de Cataluña en España”. La prueba es que, posteriormente, el presidente Artur Mas pidió que ahora se acometa el referéndum de verdad, el válido, en suma, el útil”.

Yo no veo, como denuncia uno de los lectores, voluntad de “humillar” o “despreciar” a nadie en el titular, pero sí me parece erróneo. Al afirmar que “el 9-N es inútil para definir el encaje de Cataluña en España”, saca una conclusión que no está en el texto, donde solo se dice que la consulta carece de garantías y validez legal. La palabra “inútil” no figura en él por ninguna parte. El Libro de Estilo especifica claramente que los titulares, en los casos de noticias y crónicas, “jamás establecen conclusiones que no figuren en el texto”.

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Lola Galán é ombudsman do El País