Thursday, 26 de December de 2024 ISSN 1519-7670 - Ano 24 - nº 1319

Imprensa, políticos e polícia na mesma cloaca

Reino Unido vive una crisis de tal magnitud que cada vez más gente la compara con el escándalo del Watergate que sacudió la política de Estados Unidos y acabó provocando la renuncia del presidente de aquella época, Richard Nixon. Todo ello desde que el pasado 4 de julio el diario The Guardian reveló que el tabloide News of The World había espiado en 2002 el teléfono móvil de una adolescente de 13 años que se encontraba en paradero desconocido.

La diferencia, dicen algunos, es que el Watergate comenzó a cámara lenta y tardó dos años en convertirse en un escándalo político. Pero quizá las cosas no sean en realidad tan distintas desde ese punto de vista: el escándalo de las escuchas ilegales del News of The World empezó a salir en los periódicos en 2006, comenzó a convertirse en una controversia política en 2009 y ahora ha estallado en forma de cataclismo, provocando un tsunami que todo lo arrasa: a los políticos, a la prensa y a Scotland Yard.

En dos semanas, los británicos han vivido el cierre de un periódico con 168 años de historia y cerca de tres millones de ejemplares cada domingo; han visto caer a los dos cargos supremos de Scotland Yard y a dos de los principales ejecutivos de Rupert Murdoch, el gran magnate mundial de la comunicación; se han quedado atónitos al contemplar cómo ese gran halcón de la prensa y la televisión se transformaba, al menos por unos días, en un palomo arrepentido de sus pecados; se han tenido que pellizcar, incrédulos, para asegurarse de que no estaban soñando y que en realidad corre sangre por las venas del líder de la oposición, Ed Miliband, y cerciorarse de que está vivo y es capaz de poner en aprietos al primer ministro; y no han podido por menos que sonreír al ver los apuros de este último, David Cameron, que a pesar de todo parece haber salido con vida de la crisis. De momento, al menos.

“Diplomacia ética”

¿Y todo eso porque un periódico espiaba a una niña de 13 años? No: todo eso porque ese acto de espionaje era la culminación de años de trabajo periodístico sin escrúpulos. A los británicos no les quitaba el sueño que su prensa sensacionalista espiara a ricachones, a famosos de medio pelo, a futbolistas de morbosa incontinencia sexual, a políticos o incluso a miembros de la familia real. Pero cuando se enteraron de que también hurgaban en el teléfono móvil de una niña desaparecida, que en realidad a esas horas había sido asesinada y probablemente violada antes de morir; cuando supieron que, además de espiar los mensajes del móvil, habían borrado mensajes viejos para permitir la entrada de otros nuevos, haciendo creer a la familia que la joven Milly Dowler estaba viva y confundiendo a los investigadores, entonces la indiferencia se convirtió en cólera, en indignación, en un espontáneo movimiento de boicot que en menos de una semana llevó al cierre del periódico.

Entonces, en esos pocos días, todo lo que el diario The Guardian llevaba años denunciando como quien clama en el desierto se convirtió en real, en trascendental, en escandaloso, en intolerable. Y se da por cierto aunque legalmente son solo presunciones. Desde ese momento, el escándalo de las escuchas no es un problema aislado de un periodista, Clive Goodman, y un investigador privado, Glenn Mulcare, que ya han purgado sus penas de cuatro y seis meses de cárcel. Ahora se da por sentado que era una práctica sistemática que puede haber afectado a miles de personas. Y nadie cuestiona que la policía no investigó el caso a fondo porque muchos oficiales estaban de hecho comprados por la prensa de Murdoch: unos, cobrando pequeñas cantidades aquí y allá a cambio de pistas y noticias; otros, convirtiéndose en colaboradores de la casa al dejar el cuerpo policial. Todo eso está por demostrar, pero se da por cierto. Es decir, se da por establecido que Scotland Yard no es exactamente una policía incorruptible.

“Estamos ante una ruptura fundamental en el sistema del Estado británico”, opina Denis MacShane, diputado laborista. “En España, el problema es la corrupción financiera, lo mismo del PSOE que del PP. Aquí es la corrupción del poder y de lo que la gente es capaz de hacer para buscar y conseguir poder. Aquí, después de la guerra y hasta los años ochenta, los sindicatos fueron poco a poco consiguiendo más y más poder en el sistema. Podían dictar políticas, colocar gente en los ministerios; podían tener línea directa con el primer ministro, especialmente si era laborista; iban a la huelga por cualquier razón estúpida. Su poder se acabó con Margaret Thatcher y el vacío que se creó fue llenado por la prensa en general y por Murdoch en particular porque tenía un agresivo interés en influir políticamente”, explica Denis MacShane, que es periodista de profesión, presidió el sindicato nacional de periodistas (NUJ) y dirigió la Federación Internacional de Trabajadores del Metal antes de ser elegido diputado por el Partido Laborista en 1994 y ejercer de ministro para Europa entre 2002 y 2005.

“Lo que quería Murdoch es influir en los políticos que gobernaban el país, y lo mismo le daba que fueran de izquierdas o de derechas. Estaba más a gusto con la derecha y Aznar está en su consejo y veía a la señora Thatcher mucho más de lo que veía a Tony Blair o a David Cameron. Pero también apoyó a Blair, a Bill Clinton, a Bob Hawke, primer ministro laborista australiano. Era completamente promiscuo. Lo que le interesaba es que el Gobierno al que apoyaba no impusiera regulaciones que afectaran a sus canales de televisión o a sus periódicos. Era una relación simbiótica: Murdoch necesitaba a los políticos y los políticos necesitaban a Murdoch. Pero solo hasta cierto punto, porque Blair habría ganado las elecciones sin el apoyo de Murdoch y Brown las habría perdido aunque hubiera tenido el apoyo de sus periódicos”, sostiene MacShane.

“En términos de experiencia política periodística no tengo ninguna duda de que este es el mayor escándalo que yo recuerdo en Reino Unido en más de 33 años de periodismo”, explica Jimmy Burns, autor y periodista que ha tratado a fondo tanto con la clase política como con los servicios de seguridad en su larga etapa en Financial Times. “Dicho eso, es un escándalo bastante británico”, matiza. “No estoy de acuerdo con los que dicen que Reino Unido se ha convertido de repente en un país bananero. Porque hemos visto, por un lado, que cierto periodismo de investigación ha podido casi derrumbar a uno de los mayores magnates de los medios. Por otro lado, hemos tenido dimisiones y una disculpa pública del jefe máximo de la policía de este país y su número dos, y han dimitido aunque aún no hay cargos concretos contra ellos. Además, y esto es también muy británico, las cosas se van a hacer a partir de términos judiciales muy estrictos. Y creo que de alguna manera el escándalo se va a desinflar en los próximos días y semanas. El Parlamento está de vacaciones; no ha habido una moción de confianza contra David Cameron…”.

David Mathieson conoce muy bien la política británica por dentro, como asesor que fue del legendario político laborista Robin Cook, el hombre que intentó inventar la “diplomacia ética” cuando estuvo al frente del Foreign Office en la época dorada del nuevo laborismo. Para Mathieson, lo más grave de toda esta crisis no es ni el periodismo de cloaca ni la connivencia de la clase política, sino el descubrir la corrupción en Scotland Yard. “Lo que ha pasado con la policía es incluso peor que lo que ha pasado con la política. Nos preocupamos más de los políticos, pero lo de la policía es realmente un escándalo. La corrupción dentro de la policía a mí me parece una vergüenza en una sociedad democrática de verdad porque la gente tiene que confiar en la policía”, explica Mathieson.

Jornalismo de qualidade

Pero que la policía estaba cobrando de la prensa es algo que se sabe al menos desde 2003, cuando la entonces directora de The Sun, antes de News of The World y hasta hace una semana consejera delegada de The News International, Rebekah Brooks, lo reconoció ante una comisión parlamentaria en los Comunes. Pero nadie hizo nada para investigarlo. “Esa es exactamente la cuestión. La gente no ha hecho nada, como bien dice. Ahora sabemos que Reino Unido es exactamente igual que cualquier otro país europeo, con los mismos problemas de corrupción, con los mismos problemas con la policía. Y ese es un problema muy, muy serio. Reino Unido ha perdido su reputación de tener el mejor gobierno, de ser el país más honesto”, explica el diputado Denis MacShane. “Muchos nunca creyeron en el excepcionalismo inglés, en que eran algo separado y completamente distinto de otros países, y ahora se ha demostrado que tenían razón al 100%”, añade.

En su opinión, “el sistema se ha ido corrompiendo poco a poco hasta llegar a un momento en que era malo para la democracia, malo para la prensa, malo para la clase política, malo para la policía”. La conmoción de saber que hasta una adolescente en peligro de muerte era objetivo de ese sistema “ha acabado provocando el mayor terremoto político” que MacShane afirma haber visto en su vida. “Esta crisis no se ha acabado. Aún van a pasar muchísimas cosas. Va a dominar el paisaje político inglés como el Watergate dominó la política en EE UU. Todo fue ocurriendo poco a poco, muy poco a poco. Estados Unidos siguió su curso: Nixon fue a China, acabó la guerra de Vietnam, pero el sistema se fue transformando profundamente como resultado de ese proceso. Y tardó 10 años en asentarse y no necesariamente benefició a la izquierda: de alguna manera fue Reagan el gran beneficiado del proceso. Y creo que va a haber un profundo cambio similar en la manera en que las instituciones más poderosas de Reino Unido funcionarán en el futuro: la policía, la prensa y la clase política”, sostiene MacShane.

Michael White, el influyente comentarista político de The Guardian, cree que “hay que poner las cosas en perspectiva”. Es una crisis importante, pero no la más importante que ha conocido, según escribió en su blog. Y cita una larga serie de ejemplos de crisis comparables a la actual. Como el escándalo Profumo, el ministro de la Guerra que en 1963 tenía una joven amante que en realidad era una espía rusa. O la crisis del canal de Suez (1956), que enterró para siempre las ambiciones imperiales británicas. O crisis económicas profundas. O escándalos como el de los Apóstoles de Cambridge, la red de espías al servicio de Rusia de los años treinta. O incluso la decisión de Tony Blair de sumarse a la guerra de Irak.

Una de las consecuencias que sí parece haber tenido esta crisis es que Rupert Murdoch ha perdido la influencia que tenía en Reino Unido. “Sí, sin duda”, opina Jimmy Burns. “¿Cuáles van a ser las consecuencias prácticas de todo esto? Primero, cosas que yo he vivido personalmente como periodista: una relación muy incestuosa y hasta corrupta entre ciertos periodistas británicos y ciertos policías, creo que eso se ha acabado en cierto modo porque ningún policía se va a jugar su carrera ahora en esos términos. Otra consecuencia es que el poder político de Rupert Murdoch ha quedado destrozado en este país. Y diría que su propia supervivencia como presidente de News Corp está en duda. Lo que hemos visto esta semana es cómo el magnate más poderoso del mundo, el hombre que estaba más allá del bien y del mal, ha quedado reducido a un viejo muy vulnerable. ¿Se van a convertir en santos los periódicos de Murdoch si sobreviven? Pues no. Ciertas cosas no cambian”.

“Otro aspecto importante es que Murdoch siempre ha pagado por buenos periódicos como el Times o The Australian, pero también ha creado siempre una vulgarización de las noticias con la obsesión por los famosos, por destrozar a gente, por humillar a gente, aireando escándalos de gente sin importancia”, apunta Denis MacShane. “Normalmente, Murdoch no se mete con los poderosos: no lo ha hecho con la crisis bancaria ni con la guerra de Irak. Está obsesionado con Europa. Es un manipulador de la gente. Comercializa la infancia, comercializa el sexo. En ese sentido ha tenido algo de diabólico. Y la gente que conoce todas esas historias, los que conocen todos los aspectos malos de la vida, son siempre la policía, ¿no? Y lo que ha hecho Murdoch es pagar un montón de dinero a la policía. Y hay que acabar con eso porque ha llegado a un punto en que hay un montón de corrupción en la nación. No es solo Murdoch. Es una cultura del periodismo: si le das 100 o 200 libras a un policía, tienes una buena historia”. Se han levantado ya algunas voces reclamando una regulación de la prensa al mismo nivel al que está regulada la televisión. “Ese es el mayor riesgo que corremos en este momento”, advierte Trevor Kavanagh, comentarista político de The Sun, un hombre profundamente identificado con el periodismo de Rupert Murdoch. “El peligro, como hemos visto con las peticiones de Neil Kinnock, es que se intente controlar a la prensa, algo que sería malo para el periodismo y para los medios en general. Creo que todo este frenesí va a acabar siendo contraproducente si no lo evitamos”, añade.

Mucha gente cree que esta crisis ha reivindicado el periodismo llamado de calidad. “Pero la ironía es que uno de los periódicos que está tal vez más amenazado con despidos, cambios internos y todo eso es el propio The Guardian”, se lamenta Burns. En su opinión, “va a haber una resaca que irá más allá de la desconfianza en los medios”.

Avisos prévios

Visto desde fuera, da la impresión de que en Westminster no se acaba de percibir ese peligro. En el debate de urgencia celebrado esta semana en los Comunes para abordar la crisis, el tema central no fue la corrupción en Scotland Yard o el futuro de la prensa, sino cuestiones más cercanas a la política de partidos: por qué el primer ministro, David Cameron, contrató como portavoz al exdirector de News of The World David Coulson, de dudoso perfil a pesar de que siempre ha negado su participación en las escuchas, y si Cameron comentó o no con Rupert Murdoch y su gente la compra de BSkyB, que dependía de la aprobación del Gobierno.

¿Por qué la corrupción en Scotland Yard apenas preocupó a los diputados? “Quizá porque aún no tenemos todos los detalles. Ahora está saliendo a la luz por qué no se investigó en 2005 e incluso antes, en 2003. Ahora empezamos a ver, por ejemplo, que de las 40 personas del departamento de prensa de Scotland Yard, 10 procedían de The News International. No sé. Hay más preguntas que respuestas sobre la policía. Y creo que los políticos están obsesionados con los políticos, y a la prensa lo que más le gusta es hablar de los periodistas y el periodismo. No tengo la respuesta”, reconoce David Mathieson.

Jimmy Burns asegura que no le sorprendió que se debatiera poco sobre la corrupción policial “precisamente por el hecho de que ha habido dimisiones”. “Hay dos o tres personas clave que hasta ahora no han dimitido en este escándalo: Rupert Murdoch, su hijo y el primer ministro. Lo que vimos en el debate fue un casi último intento de la oposición política de ver si podían derrumbar a Cameron por este asunto. Han dimitido los dos más altos cargos de la policía, pero el Gobierno no ha asumido ninguna responsabilidad. No digo que Cameron tenga que dimitir, pero hay mucha gente que cree que su juicio ha quedado fatalmente dañado por este escándalo porque hubo gente, incluyendo el director de The Guardian y su subdirector, que hablaron con él y le dijeron que tuviera cuidado con Coulson porque es una persona a la que no debería dar un empleo. Y a pesar de esos avisos, decidió emplearle. Y en ese sentido, su juicio como primer ministro ha quedado dañado”.

 

Leia também

Especial Dossiê Murdoch – parte 1