En el pasillo que comunica la redacción de The Guardian con el despacho de su director, Alan Rusbridger, hay un gigantesco panel de anuncios. En él, Rusbridger ha ido colgando los correos electrónicos de felicitación recibidos por la cobertura del escándalo de las escuchas.
“Wow, Alan, qué historia, una de las más grandes piezas de periodismo de investigación”, reza un mail del pasado 18 de julio.
“Hoy estoy muy orgulloso de ser un lector de The Guardian”, dice otro fechado el día 8.
Han sido 17 días de trepidante ritmo informativo. Diecisiete días de cobertura online sin descanso, 402 horas de incansable live blogging (crónica en directo en la web), de aperturas sistemáticas a cinco columnas del periódico, de despliegues de 10 páginas que, en el formato sábana, dan para mucho.
De ahí que en el edificio que alberga The Guardian, oda al diseño elegante, referente para las redacciones del siglo XXI, se respire tanta euforia como cansancio. El esfuerzo ha sido tremendo. El panel en el que Rusbridger cuelga los mensajes es una forma de compartir el éxito con una plantilla que lo ha dado todo.
Sequestrada e assassinada
“Nunca he vivido en mi carrera semejante intensidad”, dice Dan Sabbagh, jefe de la sección de Medios y Tecnología. “Con constantes revelaciones cada día, con ese ambiente de fiebre en la web y en Twitter. Normalmente, las historias aguantan este ritmo cinco días, como mucho. En este caso han sido 17”.
Sabbagh trabajaba hasta enero para Murdoch. Era el jefe de Medios y Tecnología de The Times. Allí vivió los días en que la empresa decidió poner coto a las informaciones sobre el caso de las escuchas. En The Guardian está disfrutando de los días en que el auténtico periodismo de investigación derrota a la investigación tramposa.
Sabbagh se apresura a destacar que todo esto es posible gracias a un pacto entre dos personas: Alan Rusbridger, el director, y Nick Davies, un periodista de los que quedan pocos. Es un hombre que cree en el trabajo de investigación minucioso y de largo aliento en tiempos de periodismo fugaz y superficial. Hace un tiempo se reunió con su compañero y director, Alan Rusbridger, y pusieron en marcha un proyecto: otorgar espacio y tiempo a ese tipo de periodismo en las páginas del rotativo del centro-izquierda británico.La historia del escándalo de las escuchas es el resultado de esa apuesta.
Los resultados están a la vista: el mayor imperio mediático en suelo británico, contra las cuerdas; dimisión de los dos máximos responsables de la Policía Metropolitana; cierre del periódico líder en el mercado; el llamado Chipping Norton Set, el grupete en el que el premier David Cameron se codeaba con la hasta hace poco todopoderosa Rebeca Brooks, ex mano derecha de Murdoch en Reino Unido, por los aires, y el providencial miedo al gran magnate, desactivado. Desde el otro lado del Atlántico, Bill Keller, exdirector de The New York Times, que bajo su mandato también contribuyó en la investigación del caso de las escuchas, nos envía por correo electrónico su opinión: “The Guardian merece mucho reconocimiento por resucitar la historia y por su potente y tenaz reporterismo”.
A Nick Davies le conocíamos por su decisiva intervención en el asunto WikiLeaks: convenció a Julian Assange de publicar sus revelaciones junto a grandes medios. Le propuso que difundiera el material que tenía entre manos con The Guardian y The New York Times. Una aventura a la que después se sumarían Der Spiegel, Le Monde y El País.
Este veterano reportero de 58 años resucitó el escándalo de las escuchas el 8 de julio de 2009 desvelando que era una práctica generalizada en News of the World. Y dos años después, el 4 de julio pasado, lo convirtió en escándalo internacional al publicar la historia de Milly Dowler, la adolescente secuestrada y asesinada cuyo buzón de voz fue interceptado por el tabloide de Murdoch. Ese 4 de julio fue el pistoletazo de salida para los 17 días de fiebre informativa en The Guardian.
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