‘Las letras ya no bailan en el Magazine de La Vanguardia de este domingo. Desde que este suplemento dominical del diario cambió de diseño hace apenas cuatro semanas, varios lectores se habían dirigido a su defensor para quejarse de que era incómodo – para algunos incluso imposible – leer los textos de artículos y reportajes.
– Las letras me bailan cuando leo ahora esta revista. Soy ya un poco mayor, pero no creo que eso que me ocurre sea por la edad. El resto de los cambios de presentación me gustan, pero esas letras son antipáticas – me confió el mismo domingo 24 de abril una lectora que me pidió que no la identificara–.
El mismo domingo del cambio de diseño también me llamó el lector Zoilo Huguet i Guasch para pedirme que le defendiera.
– No puedo leer una letra tan pequeña. Y decían que el Magazine mejoraba… Para mí en eso ha ido a peor – me dijo aquella tarde –.
Al día siguiente, lunes, me ocupé del caso de las letras molestas en la redacción de ese suplemento. Sus responsables ya estaban en ello. Me aseguraron que lo arreglarían.
Cinco días más tarde, el 29 de abril, me envió un correo electrónico el lector Valentí Camprubí Sanfeliu, de Sant Fruitós de Bages. Protestaba también por la tipografía.
Lo hizo en estos términos: ‘No me gusta la nueva medida de las letras (demasiado pequeñas) en el último restiling del Magazine. Como cada domingo por la mañana me dispongo a leer los papeles más esperados de toda la semana y cuál fue mi sorpresa cuando me pareció que tenía ante mí la copia de las cláusulas de cualquier contrato de seguros, la denominada letra pequeña’.
Sus argumentos, muy razonables, me recordaron que sobre The Times de mediados del siglo pasado llovió una cantidad ingente de cartas de protesta por un cambio que también se aplicó allí en materia de letras.
Añadía el lector Camprubí Sanfeliu en su petición de defensa: ‘En un diario, la información se pone para que sea leída, entendida y percibida de manera clara, concisa e inteligible. Todo lo que sea apartarse de este objetivo va en contra de nosotros. Creo que si alguna cosa distingue al lector de La Vanguardia es que no tiene miedo de que un artículo vaya cargado de texto, con mucha letra. Todo lo contrario. Quiere profundizar en un tema o noticia, y esto sólo se consigue con mucha chicha alfabética’.
Volví a insistir ante la redacción. El subdirector Josep Carles Rius, el redactor jefe del Magazine, Juan José Caballero, y el diseñador Pablo Martín me dieron las explicaciones que condenso aquí: ‘La tipografía elegida para el nuevo diseño presenta dificultades de legibilidad al imprimirse en huecograbado. No es un problema de tamaño. Tiene unos trazos finos que se rompen. Eso se ve con la lupa de aumento. Esa rotura de los tipos es la que causa la sensación de que las letras bailan, pero es un efecto que no se advertía en las pruebas. Lo vimos en la producción de ejemplares a gran escala. Los lectores tienen toda la razón de quejarse. Esto se resolverá tan pronto podamos aplicar las correcciones técnicas oportunas’. Han cumplido su palabra. Es obvio. Desde hoy la legibilidad del Magazine ha mejorado.
LA FOTO DEL PAPIRO salió invertida en la primera edición del pasado domingo. Lo vio la lectora Nathalie Reverdin Effront en el ejemplar que recibió de madrugada en Rubí. Pudo identificar las letras griegas con la página cabeza abajo. En las otras ediciones el papiro salió en posición correcta. En Edición habían detectado el error y lo corrigieron. Esta foto también bailó aquella noche. La Vanguardia tiene lectoras y periodistas que saben griego.
EL USO DEL COLOR, otro factor visual del diario, también motiva quejas y consultas.
En la crónica del pasado 24 de abril cité a la lectora Ingrid Cartanyà i Vilà que lamentaba que no había color en dos ilustraciones de la elogiada serie del periodista Josep Maria Sòria sobre la capilla Sixtina.
El pasado 7 de mayo, el lector Eduardo del Castillo Jaquolot me envió una carta en la que exponía: ‘Me permito dirigirme a us-ted para hacer constar que somos un grupo de lectores aficionados a la botánica, asiduos de los excelentes artículos en La Vanguardia sobre Jardinería urbana de Ignasi Viladevall-Palaus, extrañados por el hecho de que las fotografías de flores ilustrativas del texto se publiquen en blanco y negro, restando la belleza natural de las mismas al suprimirles el color. Si técnicamente ello fuera posible los lectores quedarían mejor informados y tendrían una visión estética más real’.
Otro lector, Jaume Casamitjana, me llamó el martes para plantearme dos quejas. Una de ellas era sobre el título del pasado domingo en el que se aludía a viñas cuando en realidad eran vides o cepas (sobre el mismo error me llamaron la lectora Lucía Maqueda Gil y el lector Jordi Porta).
La segunda queja del lector Casamitjana apuntaba a una incoherencia que de manera razonable había advertido el lunes en la administración del color en La Vanguardia. Dijo: ‘Dan en color una foto sobre un accidente de autocar (página 31) y dan en blanco y negro las fotos de la carrera de Montmeló (páginas 17, 18 y 19 del Lunes Match)’.
Explican en redacción que la posibilidad de poner color en unas páginas viene determinada por la paginación. No obedece, pues, a criterios vinculados a la materia sobre la que se informa. Sin embargo, es lógico que los lectores actuales reclamemos un uso motivado del color, del mismo modo que hace muy pocos años se consideraba que dar color no era propio de la prensa de calidad.’