‘Suelo apearme del tren de Sant Cugat en la estación de La Bonanova cuando a primera hora de la mañana voy al despacho que La Vanguardia pone a disposición del defensor del lector del diario.
Atravieso el Turó Park, singular antología de paisajes minimalistas que diseñó Nicolau Maria Rubió i Tudurí. Entrar en aquel jardín, aunque sea a paso rápido, es uno de los muchos placeres austeros de los que gozamos quienes no estamos motorizados.
Allí, junto al estanque hacia el que se asoma la Ben Plantada que esculpió Eloïsa Cerdan, encontraba este verano a una pareja de joviales jubilados japoneses. Observaban cómo las flores de los nenúfares se abren a medida que los rayos de sol acarician el tapiz vegetal de las aguas apacibles.
Me interesé por este rito matinal. Así lo explicaron: ‘En este momento único de la mañana es de esperar que acaben abriéndose todas esas flores acuáticas, pero es imprevisible cuál de ellas lo hará antes que otras’.
Muchos lectores de La Vanguardia también abren cada mañana el diario con la unción y el optimismo de estos dos japoneses. Buscan aquella noticia, idea, foto o frase, o aquel artículo, dato, título o chiste que, por supuesto, anoche no emitieron por televisión o que no han oído por radio.
Los diarios, como los nenúfares, se abren todos los días. De ahí viene la palabra hemerografía aplicada a los estudios sobre prensa. En griego significa ‘lo que sale cada día’.
Esta es la grandeza del periodismo escrito. Es lo que algunos lectores esperan de la prensa. El profesor Park ya describió así, en 1940, este fenómeno paradójico, típico de la recepción periodística: ‘No es su importancia intrínseca la que hace de un acontecimiento una noticia, sino su carácter sorprendente, inhabitual; pero inhabitual no quiere decir inesperado: la noticia es lo imprevisible que al mismo tiempo era esperado’.
Lo esperado pero imprevisible -materia prima de la prensa- no siempre tiene por qué estar relacionado con el conocimiento de las malas noticias y de los asuntos desagradables que, lamentablemente, es lo que más abunda en la información periodística. Del porqué proliferan las malas noticias ya traté en una de estas crónicas dominicales.
Pero el defensor del lector también debe atender a las personas que, además de las noticias y opiniones severas, se interesan por los contenidos amables del diario.
La prensa también está obligada a contribuir de algún modo a la felicidad general.
LOS PASATIEMPOS es un espacio cordial que interesa a los lectores. Es una de las secciones con más seguidores. Algunos me confiesan que es la primera página a la que acuden.Araíz del cambio de presentación registrado el pasado 11 de octubre en esta sección amena de La Vanguardia,he atendido pros y contras sobre la nueva disposición de crucigramas, juegos y cómics en la página.
La lectora Ció Rigau me envió este mensaje con el ruego de que transmitiera dos felicitaciones: ‘Mi primera felicitación es para quien haya tenido la buena idea de cambiar el formato de la página de crucigramas. El hecho de estar distribuidos en media página horizontal facilita recortarlos a quienes, como yo, guardamos a veces los crucigramas en el bolso para hacerlos cuando tengamos algún momento libre (esperas de tren, visitas al médico, etcétera)’. No es la única.
La carta de la lectora Rigau contiene otra valoración: ‘La segunda felicitación es para todos los lectores que, creo que por primera vez, hemos podido ver en El semáforo del 8 de octubre la aparición de cinco mujeres por méritos y deméritos propios. Es así como se demuestran los esfuerzos de las mujeres por integrarse de pleno en la vida del país’.
Sobre el cambio de ordenación de los contenidos en la página de pasatiempos, las opiniones del lector Mateu Castaño y de la lectora Elena Claveguera Durán son representativas, por el contrario, de quienes se han dirigido al defensor para expresar incomodidad por la nueva distribución de los materiales de entretenimiento, y porque se han comprimido algunas piezas. También hay lectores que prefieren la anterior disposición de los crucigramas puesto que se habían habituado a doblar el diario verticalmente.
Tanto Castaño como Claveguera se quejan, además, con razón, de frecuentes fallos tipográficos en el texto del crucigrama en castellano. A menudo se juntan palabras y otras aparecen con sílabas separadas por guiones espurios. La sección de Compaginación del diario se disculpa por estas erratas lamentables que atribuye precisamente a los ajustes iniciales derivados del cambio de formato de las columnas de texto.
LOS CRUCIGRAMAS son algo más que un juego. En Francia los definen como un jeu d´esprit. Son un deporte intelectual que contribuye a mejorar la elasticidad de la memoria y a fortalecer los conocimientos.
Por esta razón recibo a veces cartas que matizan o rectifican definiciones que aparecen en este pasatiempo. Algunas son representativas de la alta sensibilidad cultural de los lectores y lectoras de La Vanguardia.
La pasada primavera nos escribió la lectora Maria-Isabel Solé, una fan de los crucigramas en castellano de este diario. Decía: ‘Ha aparecido la definición ´En Inglaterra se sigue usando´, o, ´En Inglaterra es la primera nota de la escala´, refiriéndose a la nota UT, cuando es en Francia y no en Inglaterra donde se usa. En el Reino Unido, como en otros países cuyo idioma no es derivado del latín, usan A, B, C, D, E, F, G, por nuestros la, si, do, re, mi, fa, sol. Me permito remitirles una fotografía de la portada de un CD para corroborar mi explicación, cosa muy fácil de hacer, por otra parte, consultando cualquier libro sobre teoría de la música’.
No todos los seguidores de las páginas de pasatiempos son aficionados a los crucigramas, pero se trata de un sector muy potente. Mi colega del diario Le Monde, el médiateur (así denominan allí al defensor del lector) Robert Solé, comparte esta percepción. Cito un párrafo de una de sus crónicas que dedicó también monográficamente a la grille (parrilla o cuadrícula) de los crucigramas, crónica publicada en aquel diario de París el domingo 16 de mayo del año en curso: ‘¿Cuántos lectores crucigramistas tenemos? Sin duda, una pequeña minoría. Pero si esta rúbrica se suprimiera -¡Dios no lo quiera!-, veríamos a hombres y mujeres que bajarían a la calle y que se encadenarían a las parrillas…’.’