‘La presentación del Libro de redacción de La Vanguardia en diversas universidades, actividad en la que participo junto a Magí Camps, jefe de la sección de Edición, y con responsables de la editorial Ariel, es una ocasión más que tengo como defensor para dialogar con lectores jóvenes sobre los contenidos de este diario.
El pasado martes en la Universitat Internacional de Catalunya, el lector Fernando Sánchez, estudiante de Periodismo, preguntó si el Libro de redacción regula también el tratamiento que debe dispensarse a las fotografías con contenidos escabrosos en materia de violencia o de desastres humanos.
Un apartado del citado libro está dedicado a la fotografía. En él se dice lo siguiente respecto a la pregunta formulada: ‘La Vanguardia, siguiendo su línea de rigor y mesura, ha de seleccionar adecuadamente las imágenes que se publican para no caer jamás en el amarillismo o en el exhibicionismo sensacionalista. Sin embargo, ninguna foto debe ser descartada de antemano. El hecho de publicarla o no debe ser fruto de un debate previo que aporte elementos suficientes para justificar la decisión final’.
Dentro de esta parte del libro aparece una norma concreta bajo el epígrafe destacado bajo el enunciado Imágenes desagradables: ‘En el caso de fotos donde aparecen imágenes desagradables (accidentados, víctimas de ataques terroristas o bélicos, etcétera), la decisión sobre su publicación se debe tomar una vez sopesado, por un lado, el valor informativo y, por el otro, hay que evitar herir al entorno afectado (familiares y allegados)’. En este orden de cosas, el Libro de redacción de La Vanguardia armoniza con los preceptos recogidos en los códigos deontológicos más usuales en periodismo.
Ese mismo libro contiene otro epígrafe que se refiere a las Imágenes que inciten a la violencia o defiendan actitudes no saludables. Dice así: ‘Las imágenes que puedan llegar a justificar una actitud violenta no tienen cabida en el diario. Es el caso de alguien que ataca a un presunto delincuente. Del mismo modo, hay que ser especialmente cuidadoso con las fotos de modelos de excesiva delgadez, que puedan incitar a la anorexia.’
Son normas basadas en la deontología o ética aplicada al periodismo en las que se apela, en definitiva, al sentido común.
No en todos los medios de comunicación se respetan estos principios que rigen en La Vanguardia. Así me lo han observado estos últimos días, por cierto, diversos lectores. He recibido cartas de personas preocupadas por la creciente proliferación en internet y en televisión de imágenes de violencia que no aportan información necesaria y que lesionan, en cambio, el derecho a la intimidad y al respeto que merecen las víctimas, sus allegados y el público sensible.
Son lectores que, como Hugo Prat Roch, de Barcelona; Jaume Oriol Moreno, de Lleida; y Pau Valls i Pellicer, de Salt (Gironès), han escrito para lamentar o para condenar la tendencia a difundir -sobre todo por internet- imágenes escabrosas de víctimas.
EL SENTIDO COMÚN parece que queda derrotado a veces en algún momento de la elaboración de un texto informativo.
Así planteó su queja el lector Juan Gutiérrez, de Madrid, el primero que se dirigió al defensor el pasado lunes para quejarse por la descripción de la función de oficial de derrota que salió aquel día en La Vanguardia (pág. 16). Se definía así al oficial de derrota: ‘el encargado de admitir la derrota y, por tanto, de arriar la bandera de combate’.
‘¿Como defensor del sentido común, no se siente usted derrotado?’, me dijo por teléfono este lector. Otro lector, Sebastià Forner, me señaló también por teléfono aquella ‘frase delirante’ -dijo- y explicó: ‘En la Marina, el oficial de derrota es el encargado del rumbo o dirección que llevan en su navegación las embarcaciones. Este uso de la palabra derrota deriva de rotar (girar), no de perder ante el ejército contrario’.
En el mismo sentido habló conmigo por teléfono el lector Albert Daniel, la tarde del lunes. Recibí, además, aquel día y en los posteriores otras cartas que reflejaban perplejidad o desconcierto, como la del lector Enric Aureli Mateu Díez, escritas algunas con ironía. Una de ellas, la del lector Humberto Martínez, de Barcelona, aventuraba incluso hipótesis sobre las causas del dislate.
‘En fin -dice el lector- nunca pensé que el oficial de derrota, que fijaba la derrota (rumbo), debiese su nombre a que declaraba el buque vencido (derrotado) en combate’.
Planteo el caso a la periodista Mariángel Alcázar, responsable de esta frase infausta. Me ruega que transcriba íntegra su declaración: ‘Admito la equivocación, fruto de mi ignorancia del vocabulario marinero y militar. Pido disculpas a los lectores. En un acto con un ritual muy específico y no habitual, coincidí con compañeras de otros medios que preguntamos a un mando de la Armada sobre el significado del oficial de derrota.
De su respuesta tomé aquella frase al pie de la letra cuando en realidad era una broma que nos hacía dando por supuesto que nosotras entenderíamos el sentido. Durante estos días muchas personas me han comentado el disparate que cometí al incluir aquella frase. Por cierto, la primera persona que me advirtió del error fue el capitán de navío que ejerce de ayudante del príncipe Felipe’.
LOS PRÍNCIPES don Felipe y doña Letizia se interesaron por los lectores de La Vanguardia cuando el pasado martes visitaron la nueva redacción del diario en Diagonal.
Me preguntaron desde dónde me llamaban o escribían los lectores, por el promedio de demandas que recibía al día, y por el tipo de asuntos que me planteaban. Me permitieron formular una estadística rápida sobre estos datos de mi función. Dominan, por supuesto, los lectores que se dirigen al defensor desde Barcelona y otras localidades de Catalunya. Pero también me llaman o escriben desde Madrid, Valencia, Baleares, Aragón y Andalucía, dato que refleja el servicio que presta La Vanguardia como diario catalán con una sólida proyección exterior. Suelo atender unas veinticinco peticiones diarias de consultas, quejas y sugerencias. La mayor parte corresponde a errores o vacilaciones en el uso del idioma. Las preguntas de los Príncipes me han facilitado hoy exponer aquí este balance sintético que puede interesar al conjunto de los lectores del diario. Todos agradecemos esta oportunidad.’