‘Mudo y helado. Con estas palabras, usadas en sentido figurado, por supuesto, comenzaba un mensaje del lector Xavier Muniesa, de Barcelona, escrito a propósito del anuncio de página entera (la 32) publicado en La Vanguardia del pasado 28 de mayo.
Este lector me explicó la causa de su estupor. Advertía en su mensaje al defensor de los lectores que el diario había caído en una trampa tendida por Matthias Rath, un médico de origen alemán. Era por un anuncio diseñado a la manera de una página periodística, con muchos títulos, texto y gráficos.
Entre los títulos de aquella página destacan los siguientes por su tipografía: ‘Llamamiento a los ciudadanos y a los gobiernos del mundo: ¡Alto al genocidio del SIDA por parte del cártel farmacéutico!’; ‘Los micronutrientes pueden invertir el avance del SIDA’; ‘Sudáfrica lidera el movimiento global de liberación contra el cártel farmacéutico en África’; ‘¡Respalde a Sudáfrica en su lucha por salvar millones de vidas!’.
En la composición del anuncio aparecen dos elementos de cabecera significativos: 1. un cintillo que reza: ‘Publicado en The New York Times el 6 de mayo de 2005’; 2. la palabra PUBLICIDAD con mayúscula, en la parte más superior de la página.
Del primer elemento se desprende que el anunciante vio la necesidad de citar como antecedente a un diario norteamericano de influencia internacional. Del segundo se desprende que los responsables del contenido de La Vanguardia tomaron la decisión de advertir a los lectores que no debían confundir aquel anuncio con una información.
A la vista de aquella publicidad, el lector Xavier Muniesa, antes citado, afirma: ‘Lo que hace el señor Rath es mirar de extender en nuestro país una actitud suicida. Todo infectado por el virus que se lo crea dejará de tomar la medicación actual para pasarse a estos fantasmagóricos micronutrientes.
Y eso, se lo garantizará cualquier médico, hará desaparecer muy pronto cualquier esperanza de supervivencia del enfermo. Supongo que en La Vanguardia son conscientes de que el hecho de que esta publicidad la publique este diario le da crédito automáticamente para miles de personas que aún piensan que todo lo que se publica en la prensa (incluso la publicidad) o aparece en televisión es estrictamente verdad’. Veamos el caso.
De entrada, certifico que el contenido del anuncio objetado está en contradicción con el tratamiento informativo ecuánime que La Vanguardia ha dispensado a la lucha contra el sida en África y en el resto del mundo.
He examinado las informaciones publicadas en La Vanguardia a lo largo de los últimos dos años referidas tan sólo al sida en Sudáfrica.
El 10 de agosto del 2003 se insertó la noticia titulada ‘Sudáfrica cede y anuncia su intención de distribuir retrovirales contra el sida’. El subtítulo la ampliaba así: ‘El Gobierno reacciona al fin a las fuertes presiones y afirma que a finales de septiembre tendrá un programa de reparto de fármacos’.
En el texto (página 27) se daba una de las claves de la noticia: ‘El ex presidente Nelson Mandela se ha convertido en un abanderado de la lucha contra el sida. Pero el actual presidente, Thabo Mbeki, había llegado a cuestionar que el VIH fuera la causa de la epidemia y su ministra de Salud había alegado que la eficacia de los antivirales no estaba probada y que eran tóxicos’.
Según aquellos mismos despachos de agencia, Sudáfrica ya era entonces uno de los países con mayores tasas de infección, con unos 4,7 millones de personas infectadas sobre una población de 45 millones, lo que equivale a más del 10 %.
Tres meses después, el 29 de noviembre del 2003, se informó en La Vanguardia de un gran concierto en Ciudad del Cabo que abrió una campaña mundial de recaudación de fondos en la lucha antisida.
Dos días más tarde, Marta Ricart publicó un reportaje (página 27) focalizado en la iniciativa de llevar fármacos a tres millones de infectados impulsada por la Organización Mundial de la Salud (OMS) y la Agencia de las Naciones Unidas para el sida (Onusida).
Se decía aquel día en un recuadro de La Vanguardia: ‘Sudáfrica, con cinco millones de infectados, es el país con más afectados en todo el mundo, y uno de los que ha reaccionado más tarde contra la epidemia, aunque el Gobierno ha lanzado ahora un amplio plan de medidas’.
En un reportaje de David Dusster publicado en Revista de La Vanguardia del 7 de diciembre del 2003 (pág. 8) hay datos reveladores sobre el caso que nos ocupa: ‘El presidente Mbeki nombró para su gabinete de asesores de salud a doctores del sector denominado disidentes del sida, quienes creen que el virus de inmunodeficiencia humana (VIH) no causa la enfermedad del sida. El gobierno de Mbeki adoptó la política de negar el suministro de antirretrovirales, el medicamento que puede detener el sida y mejorar las condiciones de vida de los enfermos, y de la nevirapina, el medicamento que puede impedir la transmisión del VIH de la madre al hijo’.
Un trabajo publicado por Piergiorgio M. Sandri en La Vanguardia del pasado 23 de enero aportaba datos relevantes: ‘Cada día mueren 600 personas en Sudáfrica a causa del sida. Sobre una población de 45 millones, 5 millones están infectadas, según datos difundidos esta semana por la Food and Drug Administration (FDA) de EE.UU.’.
Me dirigí a la embajada en Madrid de la República de Sudáfrica para pedirles que nos explicaran, a los lectores, cuál es la posición oficial actual de su Gobierno respecto al anuncio de prensa en que el médico Matthias Rath vincula con su tratamiento.
Mi petición se concretó en la siguiente pregunta, avanzada por teléfono el 1 de junio y formulada por escrito el 7 de junio: ¿Cuál es la posición del Gobierno de la República de Sudáfrica respecto a este caso centrado en el tratamiento que el médico Matthias Rath aplica a los enfermos de sida?
El 10 de junio del 2005 recibí la siguiente declaración de la embajada de Sudáfrica firmada por E.O. Beck, consejero político: ‘Actualmente el TAC (Treatment Action Campaign) que representa a los enfermos de sida en Sudáfrica está llevando el Dr. Rath ante los tribunales de Sudáfrica y nuestro Gobierno no puede pronunciarse ni en favor ni en contra de la postura del Dr. Rath sobre este tema hasta que termine el proceso legal’.
Los responsables de la inserción de aquel anuncio en La Vanguardia obraron con corrección al destacar en la cabecera de la página la naturaleza publicitaria de aquellos textos, títulos y materiales gráficos.
Esta atinada precaución era, no obstante, insuficiente. Los anuncios cuyo contenido puede afectar a la salud requieren extremar medidas cautelares y la ponderación oportuna de la conveniencia de su publicación en coherencia con los conocimientos periodísticos sobre la materia de su contenido.’