Friday, 27 de December de 2024 ISSN 1519-7670 - Ano 24 - nº 1319

Milagros Perez Oliva

‘En su presentación ante los lectores como el primer Defensor del Lector del diario The New York Times, Daniel Okrent confesaba en 2003 que al recibir la invitación de asumir la crítica y evaluación pública de la integridad de un diario, ‘resulta difícil decir que no, pues es un hermoso y vigorizante reto, pero también es difícil decir que sí: hay maneras más fáciles de hacer amigos’. Ciertamente, la figura del Defensor del Lector puede resultar a veces incómoda para la dirección, pero muchos diarios la han incorporado como un instrumento útil para mejorar la calidad de los contenidos y aumentar la confianza de los lectores.

EL PAÍS fue el primero en introducirla en España. Lo hizo en 1985 y sólo tres diarios le han acompañado hasta ahora. Su misión es, según el estatuto por el que se rige, ‘garantizar los derechos de los lectores, atender sus quejas, dudas o sugerencias’ y ‘vigilar que el tratamiento de las informaciones sea acorde con las normas éticas y profesionales del periodismo’. Nueve profesionales han ejercido ya esta responsabilidad y ahora me toca a mí asumir este grato desafío, justo cuando el Courier-Journal de Louisville (Estados Unidos), que en 1967 trasladó por primera vez la figura sueca del ombudsman a la prensa, acaba de suprimirla. No porque no crea en ella, asegura, sino por los recortes a los que se ha visto obligado por la crisis, lo cual es un indicador del momento que vivimos.

No son tiempos fáciles para el periodismo. La crisis económica incide gravemente en la prensa, que además vive una profunda crisis de modelo. La preocupación por la pérdida de confianza ha llevado a periódicos tan prestigiosos como The New York Times a revisar sus métodos de trabajo y a los profesionales más comprometidos de Estados Unidos a redefinir los principios básicos del periodismo en un movimiento no por casualidad denominado Project for Excellence in Journalism. Hacer buen periodismo nunca ha sido fácil. Pero a los retos de siempre se añaden ahora otros nuevos, por las profundas transformaciones que vivimos. Hay quien cree que en este oficio no afrontamos sólo una época de cambios, sino un cambio de época. Ni siquiera sabemos cuánto tiempo va a durar el soporte papel, pero lo que sí sabemos es que el periodismo riguroso, honesto y fiable es más necesario que nunca. Y se extiende la idea de la gratuidad, pero elaborar buena información en la sociedad del conocimiento es cada vez más caro.

Por eso, además de cumplir el libro de estilo y cuidar el lenguaje, hacer un periodismo de calidad exige hoy revisar ciertas dinámicas, no siempre evidentes, que condicionan el trabajo periodístico. Por ejemplo, cómo afecta a la transparencia y a la relación con las fuentes la existencia de un potente y a veces agresivo aparato comunicacional externo a los propios medios, cuyo único objetivo es condicionar sus contenidos. El tratamiento informativo de algunos sucesos recientes muestra lo fácil que es deslizarse por la pendiente del amarillismo. ¿Cómo defenderse de la tendencia a la espectacularidad? ¿Hasta dónde es lícito llegar a la hora de ‘mostrar’ la realidad? En los pocos días que llevo como defensora, he comprobado que esta cuestión preocupa a los lectores. Varios de ellos han expresado sus quejas por la fotografía de portada de El País Semanal del pasado domingo, en la que aparecía el cadáver desnudo de una mujer violada y asesinada, en una sala de autopsias de Ciudad Juárez. Volveré sobre ello.

La estricta separación entre información y opinión ha sido una de las señas de identidad del periodismo de calidad. Pero ante la avalancha de información que amenaza con noquear al receptor, se necesita un periodismo más interpretativo. ¿Dónde termina la interpretación y comienza la opinión? ¿Y cómo podemos conciliar rapidez y rigor en la publicación de las noticias en el soporte digital? Nuevas preguntas para el propósito que siempre ha guiado a este diario: facilitar el derecho a una información veraz. Sobre estas cuestiones pretendo abrir un puente de diálogo entre los lectores y la redacción.

Los escritos de la defensora no están supervisados. Su contenido será, pues, de mi entera responsabilidad y les ruego que no culpen al diario de las torpezas o de los errores que pueda cometer. Espero no defraudarles. Y para ello les pido su ayuda, pero también su complicidad y su benevolencia. Porque un diario es un organismo muy vivo, muy humano, y me temo que hay ciertas expectativas que no voy a poder satisfacer. Por ejemplo, la de esta amable lectora, Mercedes Guirado, que desde Mijas me escribe: ‘Estimada defensora, apelando a su nombre de pila, tal vez podamos conseguir que se produzca el milagro de que los periódicos abandonen de una vez la pereza mental y no sigamos empobreciendo nuestro maltratado idioma (…). Hoy quisiera llamar su atención sobre el (escalofriante) verbo apostar, que se ha convertido en el comodín para todo y que lo mismo se emplea para un roto que para un descosido. Pues ahora se apuesta siempre que se quiere propiciar, preferir, apoyar, promover, inclinarse por, favorecer, elegir, aumentar o muchos otros conceptos que se quedan con demasiada frecuencia ante la azarosa situación de si se hará una apuesta por ellos. Por favor, querida Milagros, haga algo’. Bien, lo intentaré. Pero si en adelante, querida lectora, observa que se hace un uso más apropiado del verbo apostar, será sin duda por la diligencia de los redactores y editores del diario, a la que en su nombre apelo ahora, porque el mío lleva 54 años dándome cálidas compensaciones, pero no precisamente la de favorecerme con la literalidad de su significado.’