Saturday, 23 de November de 2024 ISSN 1519-7670 - Ano 24 - nº 1315

Milagros Perez Oliva

‘Pocas veces un periódico habrá recibido una descalificación tan global y contundente como la que ha dirigido a esta defensora el señor Raphael Schulz, y menos frecuente aún es que los términos en los que se expresa procedan de la máxima representación diplomática de un país, pues el señor Schulz es el embajador de Israel en España. Va a ser difícil resumir aquí su posición, pues la carta a la defensora viene acompañada de varias más, de considerable extensión, remitidas a diversos responsables del diario. Entre ellas, una dirigida a Ignacio de Polanco, Juan Luis Cebrián y Javier Moreno a propósito de un reportaje publicado en El País Semanal del corresponsal en Oriente Próximo Juan Miguel Muñoz. Tras afirmar que el periodista forma parte del ‘mecanismo de relaciones públicas de Hamás’ y acusarle de haber contribuido a crear un estado de opinión ‘que ha hecho posible manifestaciones de odio y violencia hacia Israel’, concluye que tal vez el trabajo periodístico del corresponsal no sea ‘el verdadero problema’, sino ‘la falta de cualquier criterio profesional, ético o moral de vuestra parte, que transforma cualquier panfleto producido por J. M. M. en material apto para su publicación en EL PAÍS’.

La carta dirigida a la defensora comienza así: ‘La cobertura de la información relacionada con Israel y Oriente Próximo sufre de forma sistemática de sesgo, unilateralidad y falta de objetividad. En consecuencia los lectores desconocen la verdad y los hechos, y se forman una imagen distorsionada de la situación’. Enumera a continuación los tres principales problemas, que en resumen son: 1. La forma tendenciosa de informar de nuestro corresponsal. 2. No dar cabida en el diario a las posturas de la Embajada de Israel en España. 3. El uso de terminología tendenciosa. ‘A todo lo dicho debo agregar’, añade, ‘que El País Semanal sirve de plataforma para la incitación anti-israelí’, pues además del citado reportaje de J. M. M., ‘sus páginas han dado cabida a dos odiosos artículos de Maruja Torres y Juan José Millás’, y diversas cartas de lectores. Concluye afirmando que ‘El País, ‘en lo que a Israel se refiere, informa, forma y deforma para adecuar las realidades a sus principios doctrinales’.

Si se tratara de una queja específica o señalara mentiras o tergiversaciones concretas, esta defensora podría analizar si se han cometido errores o se ha incumplido el Libro de Estilo. Pero se trata de una enmienda a la totalidad muy difícil de objetivar. Por ejemplo, cuando el embajador se queja de que EL PAÍS no da cabida a las posturas de Israel, aduce como ejemplo que durante la reciente operación militar en Gaza, todos los grandes diarios españoles le entrevistaron, excepto EL PAÍS. Pero ésa es una prerrogativa indiscutida de cada medio.

Dado el carácter global de la queja, he solicitado a Javier Moreno, director de EL PAÍS, que responda al embajador. Lo ha hecho en estos términos:

1.- EL PAÍS no ha silenciado o censurado en modo alguno al embajador de Israel. Se queja de que no pocas cartas suyas o de sus portavoces no han sido publicadas: igual que otras miles de lectores que tampoco se publican por falta de espacio. Ninguna de las misivas del embajador contenía corrección alguna a datos o hechos publicados por el periódico, y sí en cambio abundante propaganda oficial de su Gobierno. Entiendo que el Gobierno israelí dispone de medios suficientes para hacer llegar su posición a la opinión pública, y dudo mucho de que los lectores de EL PAÍS la ignoren: se recoge adecuadamente en las crónicas informativas. Otra cosa es cómo parece entender el embajador su función, a tenor de su queja: ‘Silenciar la voz de los portavoces oficiales de Israel en España nos parece una versión extraña de la libertad de expresión’. La embajada de Israel es una de las dos o tres que no parecen entender cuál es exactamente su misión respecto a los medios de comunicación: representar la posición de su país y no sólo la de su Gobierno. El señor Schutz también es embajador de los ciudadanos que discrepan de las políticas del Ejecutivo de turno y que no le han votado.

2. Con todo, la acusación más grave es la de que EL PAÍS ampara la incitación antiisraelí. Nada más lejos de la verdad. Una y otra vez el embajador ha recordado que el asesinato en masa de millones de judíos a manos del régimen nazi otorga una gravedad especial a la incitación contra Israel o contra los judíos. Y tiene razón. EL PAÍS siempre ha sostenido que el Holocausto es una tragedia única en la historia, que merece un respeto y un tratamiento especial que evite comparaciones banales con otras situaciones. Como prueba de ese respeto, el Día del Holocausto los embajadores de Israel vienen publicando en EL PAÍS un artículo en recuerdo de la tragedia, privilegio que no tienen otros embajadores. Por eso resulta más inaceptable que el señor Schutz se empeñe en rebajar la significación histórica del Holocausto utilizándolo, directa o indirectamente, para sostener la acusación de antisemitismo cada vez que en este diario se discute la política del Gobierno de Israel en editoriales o artículos. Es lícito criticar a su Gobierno en editoriales, artículos, viñetas e incluso cartas al director, como lo hacen muchos intelectuales y periodistas israelíes. Honestamente, no creo que se les pueda tachar de antisemitas. Con ello, el embajador cree defender a su país (cuando sólo defiende a su Gobierno), pero hace un flaco favor a la más noble causa de Israel y del pueblo judío’.

3.-Finalmente, me parece que reducir el conflicto árabe-israelí a un desgraciado recuento de muertos de ambos lados, como hace el embajador cuando afirma que ‘Siria ha derramado mucha más sangre árabe que Israel’, tan solo ilustra, desgraciadamente, el nivel intelectual al que ha llegado la discusión sobre tanta tragedia.’

Dada la descalificación global de su trabajo, la Defensora ha recabado la opinión de Juan Miguel Muñoz. El corresponsal cuenta que la única entrevista que ha mantenido con el Sr. Schutz se celebró en el Hotel King David de Jerusalén, escenario del ataque con explosivos de un grupo paramilitar judío en 1946. En aquel atentado murieron más de 90 personas. Una placa recuerda a quienes perpetraron el atentado: ‘Luchadores del Irgun a las órdenes del Movimiento de Resistencia Hebreo’. ¿Terroristas? Israel nunca los calificaría así. ‘Es sólo un ejemplo de la complejidad de este conflicto’, dice Muñoz. ‘Además de la violencia se libra una guerra de propaganda. Todos los implicados son muy activos. Israel hasta le ha puesto nombre: hasbara. Flaco favor hicieron Israel y Egipto a la cobertura honesta de la guerra de Gaza al vetar la entrada de los periodistas extranjeros’.

Raphael Schulz considera que el reportaje publicado el 22 de febrero en El País Semanal, titulado ‘Gaza después de la masacre’, ‘incluye mentiras, imprecisiones y omisiones que empiezan por el mismo titular y continúan en todo el artículo. La afirmación de que Israel sometió a la población de Gaza a un castigo colectivo es mentira. Israel actuó (…) de forma selectiva contra objetivos militares (una mezquita que almacena armas es también un objetivo militar). Si hay lugar para el uso de la expresión castigo colectivo sería para referirse al castigo al que han sido sometidos los ciudadanos del sur de Israel acosados durante años por los misiles y cohetes lanzados por la organización terrorista Hamás’.

El corresponsal rechaza las acusaciones de falsedad y falta de ética: ‘La guerra de Gaza horrorizó al mundo. El embajador lo sabe. Lo que desató la ira no es que Israel se defendiera, sino la desproporción de su respuesta. Es más, diplomáticos israelíes justifican el ataque inicial a las instalaciones policiales del Gobierno de Hamás, pero rechazan abiertamente la violenta ofensiva por tierra posterior a los ataques aéreos. Lo he comprobado personalmente. Un buen puñado de ONG y varios periodistas, todos israelíes, documentan también los atropellos y con mucha frecuencia van más allá en la crítica a su propio gobierno y al Ejército que los corresponsales extranjeros. Es cierto, discrepamos sobre las causas de la actual violencia. A su juicio, el contexto se limita al lanzamiento de cohetes desde 2001. Yo opino que la destrucción de centenares de pueblos antes y después de la fundación del Estado, la expulsión de la mitad de la población palestina, y los 41 años de ocupación también son muy relevantes’.

Expuestos los argumentos, esta Defensora querría hacer también algunas consideraciones. Informar sobre un conflicto tan enconado no resulta fácil. En paralelo al enfrentamiento armado, ambas partes libran una feroz batalla en el campo de la información. Ambas luchan por conseguir ‘un relato público’ favorable a sus posiciones y con frecuencia utilizan términos antagónicos para referirse al mismo hecho. El lanzamiento de cohetes desde Palestina es visto por Israel como un ataque terrorista, mientras los atacantes lo consideran parte de su derecho a la resistencia frente a una ocupación ilegítima. Las incursiones armadas del Ejército israelí son presentadas por su Gobierno como actos necesarios de su derecho a defenderse, mientras desde Palestina son contempladas como terrorismo de Estado. Pero por encima de las versiones de parte, están los hechos. No debe confundirse imparcialidad con equidistancia, ni los hechos con sus versiones. La mejor manera de defender el derecho de los lectores a una información veraz es no caer en un periodismo de versiones. Ese es precisamente el tipo de cobertura informativa que debemos evitar.

En este conflicto cada parte utiliza sus estrategias de propaganda, y el periodismo independiente debe saber distinguirlas y pasar por encima de ellas, teniendo en cuenta además que la capacidad de propaganda de las partes tampoco es simétrica. Pretender que una cobertura equilibrada de un conflicto es aquella que equilibradamente ofrece las versiones de ambas partes significa otorgar ventaja a la que más medios puede destinar a hacer prevalecer su versión por encima de los hechos. En la práctica, supone otorgar las mismas oportunidades a la verdad que a la mentira. Si lo que prevalece no son los hechos, la parte perjudicada por ellos tratará de obstaculizar la difusión de la verdad con versiones o con ruido. Conseguir que las dos versiones aparezcan en plano de igualdad, habrá sido ya una victoria del que miente.

¿Se puede acusar a EL PAÍS de mentir cuando afirma que la ‘incursión militar’ en Gaza se convirtió en una trampa mortal para un millón y medio de palestinos? Ciertamente no era la primera vez que la población civil era atacada en un conflicto. Pero, ¿es o no es cierto que, como ha dicho Naciones Unidas, estos palestinos han sido los primeros civiles a los que se ha impedido huir de una guerra? Pues si no podían huir, era una trampa mortal.

No se nos oculta, por otra parte, que la construcción de un relato público influye sobre la realidad. Hasta tal punto que desde ciertos sectores neoconservadores se ha llegado a creer (y practicar) que es posible, no sólo fabricar un relato, sino crear realidad si se consigue imponer en el imaginario colectivo. Recordemos las armas de destrucción masiva.

Los periodistas nunca debemos olvidar que nuestra primera obligación es buscar la verdad, y esta se sustenta en hechos, no en versiones que obedecen a estrategias de propaganda. También el envío sistemático de cartas a los directores y responsables de medios como EL PAÍS puede formar parte de una estrategia. Incluso la petición de amparo a la Defensora del Lector. Después de recibir las cartas, esta defensora mantuvo una conversación con responsables de la Embajada en términos muy amigables, que contrastan vivamente con el tono de las misivas recibidas. Tal vez este artículo figure próximamente en un lugar destacado del informe que la Embajada de Israel enviará a su Gobierno sobre la guerra informativa que se libra en España con no menos intensidad que la que se libra en el resto del mundo. Y tal vez el embajador reciba una felicitación por haber conseguido que lo escriba.’