Friday, 22 de November de 2024 ISSN 1519-7670 - Ano 24 - nº 1315

Milagros Pérez Oliva

‘El miércoles se celebró el Día contra la Violencia de Género y los medios de comunicación, EL PAÍS incluido, trataron el tema con generosidad de espacio. No cabe duda de que los medios han contribuido de forma decisiva a la sensibilización de la sociedad hacia un problema que en España les cuesta la vida a más de setenta mujeres cada año. La violencia de género era un problema social oculto que sólo emergía de vez en cuando en forma de suceso catalogado como ‘crimen pasional’ hasta que uno de esos sucesos hizo saltar la tapa de la olla a presión en la que esa realidad permanecía comprimida. Fue la muerte de Ana Orantes, rociada con gasolina por su marido en diciembre de 1997, después de denunciar malos tratos en la televisión. Doce años después, la lucha contra la violencia de género es un objetivo compartido que cuenta con un gran consenso social.


La forma en que los medios tratan una determinada realidad configura la percepción social que se tiene de ella. Por eso en los últimos años han proliferado las propuestas de códigos de buenas prácticas en el tratamiento informativo de cuestiones sensibles, como las relacionadas con la infancia o con la inmigración. Y también con la violencia de género. Esta misma semana se ha publicado la actualización de las ‘Recomendaciones sobre el Tratamiento de la Violencia Machista en los Medios de Comunicación’, que suscriben nueve organismos catalanes, entre ellos el Colegio de Periodistas, el Consejo Audiovisual de Cataluña y el Consejo de la Información.


Los periodistas somos reticentes a admitir normas externas impuestas, porque con frecuencia son el camino más corto hacia la censura. Preferimos la autorregulación y a ella se orientan este tipo de códigos. La Federación de Asociaciones de la Prensa de España (FAPE) recomienda adoptarlos. ‘Los periodistas debemos ser conscientes de que la información sobre maltrato evita muertes, por ello debemos poner especial cuidado en su tratamiento’, sostiene.


¿Qué recomiendan estos códigos? En primer lugar, evitar la banalización del problema y cualquier tipo de justificación de la violencia. ‘Hay que evitar adjetivaciones que puedan contribuir a una justificación implícita de la agresión’, dice el citado documento. La violencia de género no debe tratarse tampoco, según estas recomendaciones, como un mero suceso. Hay que dar el contexto global en que esa violencia se ejerce. ‘La mera repetición de casos sólo sirve para cauterizar. Al final el lector se insensibiliza y ya no lee esas noticias’, sostiene Pilar López Díez, doctora en Ciencias de la Comunicación que participó en la elaboración de un manual adoptado en 2002 por RTVE y varias televisiones autonómicas.


Evitar el sensacionalismo es otra de las recomendaciones. Recrearse en los detalles escabrosos sólo sirve para alimentar el morbo. Poco importa si han sido dos o han sido 12 las puñaladas. Lo que importa es poner el suceso en su perspectiva social y recurrir a fuentes diversas con autoridad en la materia. Para Miguel Lorente, delegado de Violencia de Género, a quien he pedido opinión, ‘lo ideal es integrar los hechos en un contexto de significado, como hacemos cuando informamos del terrorismo. Sólo así ese suceso sale del ámbito individual y se convierte en social’. El mero suceso no genera conciencia crítica, sostiene. Puede provocar una respuesta emocional, incluso intensa, pero es poco duradera y a la larga puede llegar a insensibilizar.


Una información rigurosa debe evitar también los rumores y testimonios banales. Y tratar con cuidado las identificaciones. Con frecuencia se da el nombre de la víctima, pero no del agresor, cuando éste es el actor principal de la noticia. En general, se recomienda no dar, a no ser que sea relevante informativamente, el nombre de la víctima. Con esta cautela se trata de evitar una victimización secundaria, la de los hijos. Sentirse señalados porque el padre ha matado a la madre puede causarles un gran sufrimiento.


Los códigos de autorregulación proponen no quedarse en el hecho criminal, sino hacer un seguimiento para hacer visible que la violencia tiene consecuencias penales. En medios académicos hay un debate sobre si las noticias sobre crímenes machistas pueden tener un efecto de imitación, como ocurre a veces con los suicidios. Una investigación de la Universidad de Alicante concluye que la información rigurosa sobre la violencia de género contribuye a la prevención. Sin embargo, no está claro, según Miguel Lorente, que no se produzca un efecto imitación en el caso de los asesinatos de gran notoriedad. ‘Hemos de hacer un estudio específico para ver si se producen agregaciones de casos en torno a esas noticias’, apunta.


Es difícil saber qué ocurre en la mente de las personas que ya han traspasado el umbral en el que dan por descontado el castigo, pero prefieren la venganza. En estos casos, el Código Penal ya no es un elemento disuasorio y la información tampoco. Saben perfectamente que les espera la justicia y de hecho, 4 de cada 10 asesinos de mujeres se suicidan a continuación, y del resto, muchos se entregan voluntariamente. Para la persona en cuya mente se ha instalado ya la idea de matar, leer que se ha producido otro crimen le puede llevar a pensar que su caso no es tan anormal, ni su propósito tan abyecto, pues a otros les ocurre lo mismo y reaccionan igual. Este tipo de consideraciones que se pide que tengamos en cuenta, en el bien entendido de que la autorregulación no puede ser rígida en su concreción.


Puesto que está en juego la vida de muchas mujeres, y hay mucho sufrimiento, es comprensible que cualquier amago de justificación de la violencia genere reacciones de rechazo. En ese marco interpreto las quejas que he recibido a propósito del artículo Revanchismo de género, de Enrique Lynch, publicado el 11 de noviembre. Como ustedes pueden imaginar, la Defensora del Lector no recibe cartas de adhesión. Si alguien se siente motivado como para dirigirse a la Defensora es porque se considera agraviado. Del centenar largo de llamadas y cartas de queja que recibí en los días siguientes ya di cuenta en mi escrito del domingo pasado ¿Quién teme al feminismo? Durante esta semana he continuado recibiendo llamadas y correos, hasta superar con creces los dos centenares, un volumen insólito de cartas, que he transmitido a la dirección de Opinión.


Entre las cartas recibidas esta semana también las hay que defienden la publicación del artículo. Una veintena. La mayoría de los defensores de Lynch declaran su repulsa por la violencia de género y no creen que el autor la justificara. De la lectura de estas cartas, todas de hombres, se deduce un gran malestar por el tratamiento judicial de las separaciones y divorcios. Pero ésa es otra cuestión. Pero también hay cartas muy beligerantes de uno y otro lado, que podrían encuadrarse en la guerra de sexos que algunos pretenden.


Vivimos tiempos de polarización en los que las voces ponderadas tienen dificultades para hacerse oír y corren el riesgo de ser groseramente tergiversadas. En mi artículo anterior en ningún momento se decía que EL PAÍS no pudiera publicar ningún artículo que criticase al feminismo o las políticas contra la violencia de género. Nadie pedía ninguna mordaza. Y menos la Defensora. Todo se puede debatir públicamente, pero no todo vale. Lo que se discutía era la idoneidad de dar difusión al contenido de ese artículo en concreto, porque quienes se dirigieron a la Defensora interpretaban que justificaba la violencia de género, una cuestión en la que hay vidas en juego. Como considero importante la transparencia y creo de gran interés contribuir al debate y al diálogo entre distintas posiciones, junto a este artículo encontrarán ustedes en la edición digital una muestra, elegida según mi criterio y responsabilidad, de las cartas recibidas esta semana.’