Friday, 29 de November de 2024 ISSN 1519-7670 - Ano 24 - nº 1316

Milagros Pérez Oliva

“Apreciada Defensora, muchas gracias por su respuesta. Después de releer mi mensaje, me doy cuenta de que no agradecí en absoluto el acto generoso de EL PAÍS con los lectores al permitirnos acceder de manera gratuita a sus contenidos, especialmente ahora que se erigen las murallas de pago en diversos medios digitales. Llega tarde esta observación para su columna pero igual quiero dejar constancia de mi gratitud con el diario’. Quien esto afirma es Daniel Ramos. Este lector me había escrito por un anuncio que consideraba excesivamente intrusivo y su queja había sido recogida, junto a las de otros lectores, en mi artículo del pasado domingo. Aprecio y agradezco esta segunda carta porque me permite compartir con ustedes algunas de las incertidumbres que pesan sobre el futuro del periodismo. Por ejemplo: ¿Podrá sostenerse el actual modelo de acceso gratuito a la información en las ediciones digitales? ¿Cómo se financiará la información de calidad?

Son cuestiones que preocupan a quienes trabajan en los diarios, pero también a los lectores y a los futuros periodistas, según he podido comprobar esta semana en dos encuentros, uno con lectores y ciudadanos en el Ateneo de Santiago de Compostela, y otro con alumnos de la Facultad de Periodismo de la Universidad del País Vasco en Bilbao. Lamentablemente, estamos lejos de tener respuestas concluyentes.

El actual modelo se financia, como ustedes saben, mediante dos grandes fuentes de ingresos, la publicidad y la venta en quiosco. La crisis ha provocado una caída de la publicidad que ha reducido drásticamente los ingresos y la venta en quiosco presenta también, en términos globales, una línea descendente tanto en Europa como en Estados Unidos. La crisis y la posibilidad de acceder a la información de forma gratuita a través de Internet se apuntan como las principales causas. Casi nadie se atreve a pronosticar cómo evolucionarán estas dos variables, pero todos los medios, entre ellos EL PAÍS, tratan de adaptarse a los nuevos e imprevisibles requerimientos.

Internet ofrece a los diarios inmensas posibilidades de expansión. De entrada, elimina las barreras del tiempo y el espacio que tan onerosas resultan en su distribución. Una amable carta de Israel Hernando Gamborino ilustra bien lo que les quiero exponer. Este lector reside en Viena y me escribe para quejarse de lo siguiente: ‘Uno de los ‘placeres’ dominicales es hacer una pequeña excursión hasta la tienda de prensa más cercana en la que cuentan con EL PAÍS del mismo domingo (un lujo a solo 4 kilómetros de mi casa) y comprar el diario para ‘degustarlo’ con el desayuno. La sorpresa de hoy consistió en que ¡en mi ejemplar faltaban páginas!’.Había pagado 3.50 euros por ese ejemplar mutilado por un fallo impresión. Este lector podía encontrar fácilmente los artículos que le faltaban en la edición digital. ‘En el fondo asumo que no es tan grave, pero comprenda que estando en el extranjero, es para mí siempre algo muy especial el disfrutar de las páginas impresas’.

Llevar el diario hasta Viena supone para EL PAÍS un gran esfuerzo. Y para el lector, además de un esfuerzo, un gasto considerable que sin embargo no cubre el precio del papel ni lo que cuesta llevar hasta allí el diario. Con Internet, las posibilidades de expansión son ilimitadas y las únicas barreras son tecnológicas y linguísticas.

Pero aquí comienzan las paradojas.

El futuro está sin duda en Internet, pero no está claro qué modelo industrial lo va a sustentar. En estos momentos los lectores que acceden desde cualquier parte del mundo a la edición digital pueden hacerlo de forma gratuita porque otros lectores compran la edición impresa. Y la edición gratuita es más accesible, más extensa y completa que la de pago.

Pese a las grandes expectativas, a día de hoy las ediciones digitales de los grandes diarios se financian en su mayor parte gracias a los ingresos procedentes de la edición impresa, es decir, de la venta en quiosco y de la publicidad. Aunque crecientes, los ingresos por publicidad en las ediciones digitales están lejos de poder sostener un modelo que garantice el nivel de calidad alcanzado. El último informe de la Newspaper Association of América, que agrupa a los editores de prensa escrita de Estados Unidos, indica que en cuatro años el sector ha perdido la mitad de los ingresos por publicidad. En 2010 se ingresaron 22.795 millones de dólares, menos de la mitad de lo que habían percibido en 2006. Y los ingresos por publicidad digital, pese a experimentar un crecimiento del 10,9% respecto a 2009, apenas suponían el 15% del total.

En este contexto, los diarios se debaten entre mantener sus ediciones digitales totalmente abiertas o cobrar por acceder a determinados contenidos. De momento, muy pocos se han atrevido a seguir el ejemplo de los británicos The Times y The Sunday Times, del grupo Murdoch, que establecieron barreras de pago en julio pasado. Hace unos días se sumó el más emblemático de los medios, The New York Times.

A finales de febrero, The Times había conseguido 79.000 suscriptores digitales, una cifra muy alejada de los 3,09 millones de usuarios únicos mensuales que tenía su edición digital sólo en Reino Unido. La dirección lo considera un éxito, pero una lectura más detallada de los datos indica que los resultados económicos no invitan al optimismo. En ese tiempo, la venta de la edición impresa ha caído en 58.000 ejemplares. Teniendo en cuenta que cada suscripción digital aporta bastante menos ingresos que la venta en quiosco, aunque el diario haya aumentado la difusión de pago, el balance económico es negativo.

En mi artículo del domingo recogí quejas de lectores que, con razón, protestaban por algunos anuncios digitales que consideraban excesivamente intrusivos. Pero no incluí otras quejas que no dejan de sorprenderme: la de lectores que acceden gratuitamente a la edición digital y que se dirigen a al Defensora para protestar porque hay demasiada publicidad. La mayoría de los lectores con los que hablo de esta cuestión se muestran al final comprensivos. Saben lo importante que es la publicidad. Y algunos van incluso más allá, como el propio Israel Hernando, quien en una posdata a su carta se muestra partidario de ser ‘un poco más estrictos en cuanto a la separación entre publicidad y noticias y contemplar la posibilidad de acceder a los contenidos de Internet previo pago o suscripción. Yo estaría dispuesto a pagar por obtener la información de su periódico vía Internet’, dice.

El problema es que establecer barreras de pago en la edición digital comporta la pérdida automática de audiencia a través de Internet. Y en el mundo que viene, no estar en Internet puede significar simplemente dejar de ser. O al menos, dejar de ser relevante. Esta es la disyuntiva en la que se encuentran los grandes diarios. Nunca habían tenido tantos lectores como ahora, pero las espectaculares cifras de lectores conseguidos en Internet, que se cuentan por millones, no garantizan su viabilidad. La cultura de la gratuidad, en la que se basa esa enorme expansión, no sólo no aporta ingresos suficientes, sino que va minando poco a poco los pilares financieros en los que se sustenta el actual modelo.

Teniendo en cuenta estas paradojas, algunos de los lectores reunidos en el Ateneo de Santiago me preguntaron si EL PAÍS está en condiciones de superar la crisis y encarar la transición hacia el nuevo modelo sin perder calidad. El último OJD me permitió tranquilizarles. En febrero, la difusión del diario era de 424.748 ejemplares y la venta en quiosco había pasado en un año de 256.070 ejemplares a 308.745. La mejor garantía para encarara el futuro es tener una cifra suficiente de lectores dispuestos a pagar por una información de calidad. Porque es cierto que hoy es muy facil emitir y recibir noticias, pero los lectores se han de preguntar quién paga la información que reciben de forma gratuita.”