‘Vivimos en un mundo de imágenes y muchas noticias no se entenderían en toda su dimensión si no fueran acompañadas de fotografías. Pero la elección de las imágenes resulta en ocasiones problemática, pues algunas pueden, por su crudeza o por las circunstancias en que han sido tomadas, provocar rechazo. En los últimos días he recibido quejas por las fotografías publicadas en dos asuntos muy distintos, pero que tienen algo en común: provocan intensas sensaciones. ¿Son por ello sensacionalistas? Algunos lectores creen que sí y por eso apelan a la Defensora.
La primera fotografía sobre la que he recibido quejas es la de una mujer desnuda, tendida en el suelo , que agoniza en una calle en medio de la indiferencia general. Se publicó en la portada del diario el 18 de noviembre con el título ‘El cólera no da tregua en Haití’. A esas quejas sucedieron algunas más el martes pasado, después de que se publicara en la edición digital una galería de fotos sobre la muerte de 345 jóvenes aplastados en una avalancha humana en Camboya. Entre ellas figuraba una, destacada en portada , en la que podía verse cómo algunos jóvenes luchaban por salir, mientras otros agonizaban.
El segundo asunto por el que he recibido quejas es una serie de fotografías de la modelo Irina Shayk, novia del futbolista Cristiano Ronaldo, posando desnuda. Bajo el título La novia de Ronaldo ¿desnuda contra su voluntad? , el diario se hacía eco el pasado miércoles de la polémica suscitada después de que la modelo acusara a la revista GQ de haber publicado los desnudos sin su permiso, pese a reconocer que había posado para esa publicación. La polémica consistía en lo siguiente: Irina Shayk aseguraba que había posado con un tanga de color carne que había sido borrado con fotoshop sin su permiso, cosa que el director de la publicación negaba.
Como ven, se trata de temas muy diferentes, pero un mismo dilema: el límite entre información y sensacionalismo. Las fotos sobre Haití y Camboya plantean un problema recurrente: ¿qué es lícito mostrar y qué no en una tragedia humana?, ¿dónde termina la información y dónde comienza el morbo? Las de la modelo plantean otra cuestión: ¿había noticia o la noticia era precisamente el morbo del desnudo de alguien vinculado a alguien famoso?
Pero vayamos por partes. No cabe duda de que la imagen de aquella mujer escuálida, que yacía desnuda en el suelo, abandonada por todos y que supuestamente agonizaba entre la indiferencia general, tiene un poder de interpelación que ningún texto con la descripción que les acabo de hacer podría conseguir. Pero aun aceptando la capacidad de denuncia que tiene, algunos lectores consideran que no debió publicarse. Y menos en portada. Por la desnudez y por la indignidad que representa para esa persona el hecho de ser mostrada en esas condiciones.Estrella Israel Garzón, profesora de la Universidad CEU Cardenal Herrera, se declara impactada: ‘Su mirada me hizo pensar si tendría fuerzas para decirle al fotógrafo: ‘No te aproveches de mi dolor’. Para representar a los enfermos o a las víctimas, ¿es necesario mostrar todo su cuerpo, su cara?’, pregunta. ‘La fuerza comunicativa de la imagen es indiscutible. Las dudas, ante una portada espectáculo, también’.
En la misma idea insisten otros lectores, como Amparo Mora, Garpar Rul·lan, Manuel Revilla y Joaquín Benito, cuyas reflexiones pueden encontrar en la sección Puertas abiertas de la página de la Defensora, en elpais.com. En ellas aflora el malestar que produce la paradoja en que incurre el periodismo de denuncia cuando se ve abocado a atentar contra el derecho a la intimidad de un ser indefenso para poder sensibilizar al mundo sobre su desgracia. Elena Moltó resume así la cuestión: ‘Yo entiendo que debamos estar informados, pero ¿es preciso que las fotos de las portadas sean tan fuertes e impactantes?’.
‘Para nuestra desgracia, la realidad es así de cruda’, responde el redactor jefe de Fotografía, Ricardo Gutiérrez. ‘Los lectores han de saber que solo publicamos aquellas imágenes en que las víctimas aparecen de forma digna, y ocultamos las más desagradables, porque somos conscientes de que provocan rechazo. Tratamos de encontrar un equilibrio entre lo que es informativo y lo que es soportable para el lector, pero comprendo que el límite es difuso y algunos lectores puedan tener otro criterio. En este caso, no tuvimos dudas y quiero subrayar que la foto de Haití se publicó en portada en muchos otros diarios’.
Muy diferente es el caso del desnudo de la modelo Irina Shayk. Algunos lectores consideraron, como Esteban Rodríguez, de Málaga, que la publicación ‘no ya de las fotos, sino de la propia historia’, era una ‘concesión al sensacionalismo’, algo que Gregorio Rodríguez Ramos, subdirector del que depende la sección de Gente, rechaza de forma tajante: ‘Claro que era noticia. Era una historia que estaba en los medios, en las televisiones, y pensamos que podía interesar a nuestros lectores. Pero no podíamos hablar de una polémica sobre fotografías sin mostrar las fotografías’, argumenta. Mabel Galaz, autora de la información, coincide con el subdirector en que la foto era precisamente la noticia y destaca que fue el propio representante de la modelo quien alertó a los medios sobre el asunto. ‘Nosotros nos hemos limitado a exponer los términos de la polémica. Hemos hablado con las dos partes y el lector ha tenido las dos versiones’.
Ciertamente, desde el punto de vista del libro de estilo, la información es impecable. Otra cosa es si el tema merecía tener un lugar en el menguado espacio del que dispone la edición impresa y un tratamiento tan generoso en la digital (con un seguimiento titulado El desnudo de Irina sigue dando que hablar ), teniendo en cuenta las muchas quejas que recibo por noticias que no cubrimos y que los lectores consideran dignas de atención en EL PAÍS.
Javier Coto Martínez va más allá y plantea a la Defensora una cuestión incómoda: ‘Estimada señora: interesante el caso sobre la modelo que alega que sus fotos fueron manipuladas. EL PAÍS decide ser ‘objetivo’ y publicar la foto del culo de la modelo en primera plana de Gente. O bien ELPAÍS no se cree la versión de la mujer, y entonces no hay noticia, o bien, si es posible que las fotos estén manipuladas, el diario debería respetar el derecho de la mujer a su intimidad y no publicarlas’. Para este lector, está claro que no hay noticia y que, en este caso, la modelo y la revista han conseguido una buena publicidad gratuita.
En la espiral sensacionalista, siempre hay una justificación que parece amparar la decisión de publicar. Pero de la comparación de los dos casos tratados surge ya un primer criterio que puede marcar la diferencia: si existe o no una justificación razonable, éticamente aceptable, en la decisión de publicar. Los lectores pueden discrepar de la decisión de publicar las fotos de Haití o Camboya, pero nadie pone en duda su valor informativo. Nadie pone en duda la fuerza con que la imagen de esa mujer abandonada interpela a las adormecidas conciencias del mundo acomodado. Incluso si no estuviera agonizando por el cólera, si fuera una enferma mental presa de su delirio, nos seguiría interpelando sobre la miseria que habita a nuestro lado.
En el caso de la modelo, en cambio, la justificación es más que dudosa. ¿La noticia hubiera sido noticia sin la foto? Evidentemente, no. ¿La polémica tenía alguna relevancia? En mi opinión, ninguna. ¿Y hubiera sido publicada si la modelo no fuera novia de Ronaldo? Lo dudo. El tema tiene, en cambio, todos los ingredientes que se requieren para ocupar un buen espacio en la prensa amarilla, las famosas tres eses del sensacionalismo anglosajón: ‘sex, scandals and sport’. Está claro que, más que noticia, era una no-noticia. ¿Les ha aportado algo a los lectores de EL PAÍS? Pues sí: una buena dosis de entretenimiento. Ayer seguía figurando como la noticia más vista de la semana : 150.312 visitas. Lo cual nos lleva a otra cuestión interesante: ¿hasta qué punto un diario de calidad puede verse condicionado, a la hora de elegir sus contenidos, por el número de visitas de la edición digital? Cuestión de la máxima actualidad que les prometo abordar en un próximo artículo.’